El turno

Muertes en el amor, muertes en la guerra

NAJAT EL HACHMI

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La lógica de la guerra nunca la he entendido, por mucho que me la expliquen. ¿Qué sentido tiene que para acabar con la situación de maltrato de un pueblo se elija el camino del bombardeo? Sea con Bush o con Obama, con una resolución clara de la ONU o con discrepancias entre sus miembros, con excusa razonable o no. Las víctimas que no podían protegerse de Gadafi ahora no pueden protegerse de los aviones de la coalición internacional. Hay quien tiene muy claro que la intervención militar es la solución. Y esgrimen argumentos apasionados en defensa de los derechos de los libios.

La hipocresía mundial no tiene límites y ahora parecen retratos en sepia aquellas instantáneas de todos los jefes de Estado cogidos de la mano del rizadito Muamar. ¿Qué hacían entonces? Mis paranoicas de cabecera me proponen interpretaciones plausibles: que la revuelta en Libia no es popular, que está instigada para provocar la caída del régimen de Gadafi y así hacerse con el control del petróleo. Otra opinadora va todavía más allá y me insinúa claramente que no solo detrás de la revuelta libia, sino también de Egipto y Túnez, hay la mano de los «americanos», que a través de las redes sociales han propiciado un cambio de rumbo en la zona de forma que todos lo apoyemos por la legitimidad que le otorga el esquema de revolución de masas.

Yo no sé qué decir a todo esto, me parece tirando a sofisticado y prefiero creer que lo que está ocurriendo en los países árabes es un imprevisto. Tanto para los que estábamos distraídos hablando de terrorismo y pañuelos como para los mandatarios que esperaban seguir las alianzas con sus homólogos de mano firme. Y desde que todo esto empezó, Europa ha observado los acontecimientos con una mezcla de sentimientos: una euforia que celebraba la propagación de los valores democráticos y cierto recelo por las consecuencias que puedan derivarse. No sea que la libertad de los demás pueda significar algún recorte de la nuestra.