Opinión | EL ARTÍCULO Y LA ARTÍCULA

Juan Carlos Ortega

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La muerte en Facebook

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De vez en cuando muere alguien que tenemos visto del Facebook. Es una sensación extraña. Jamás lo vimos en persona, pero íbamos sabiendo de él por sus publicaciones. Uno siente un dolor difuso que no llega a pena, pero que tiene mucho de estupor. ¿Cómo puede haber muerto, si hace solo dos días publicaba en su muro el enlace a una de sus canciones favoritas, diciendo cosas como: «No os lo perdáis. Es para flipar»?

Te enteras siempre porque alguien comenta esa muerte etiquetando al fallecido. Sientes un escalofrío al ver que ese nombre está en azul, señal de que forma parte de tus contactos. Lo primero que haces es clicar encima del nombre, y eso te lleva directamente a su muro. Lees mensajes de dolor de sus amigos y no puedes evitar ir bajando hasta encontrar su última publicación.

Tras subir el dedo por la pantalla durante unos segundos, encuentras lo que escribió hace solamente unos días; a veces simplemente unas horas. Esa persona no tenía ni idea. Opinaba del 'procés', de la Gürtel, colgaba un vídeo gracioso junto a sus últimas palabras, siempre sin importancia. Y ahora esa persona ya no está. Ya no estará más.

Tocas con el dedo su foto para ampliarla y lo ves allí, sonriendo. Desplazas a la derecha y van apareciendo otras; son sus anteriores imágenes de perfil. Todas te suenan mucho, porque lo has visto comentar cosas de vez en cuando.

Es una sensación extraña. Jamás lo vimos, pero leíamos sus publicaciones

Recuerdas entonces que alguna vez te dijo algo. Vas a la pestaña de «ver amistad» y sientes una lástima gigantesca cuando lees que, hace solo dos meses, te felicitó por tu cumpleaños. «Felicidades, Ortega. Me parto el culo con tus gags». Le puse un corazón, pero no le dije nada. ¿Qué me hubiera costado decirle «Gracias»? Siempre lo hago, ¿por qué se me pasó aquel día?

Y llega el momento espantoso. Tengo 5.000 amigos y Facebook no me deja tener más, porque es una cuenta personal. Sé que hay gente que me ha pedido amistad hace mucho tiempo y no puedo aceptarla por ese extraño tope que me impone la red. ¿Qué hago, pues? ¿Borro al fallecido y acepto a un nuevo amigo? No, todavía no. Es muy pronto aún. Sientes la necesidad de dejar pasar unos días, a modo de luto, pero sabes que al final terminarás haciéndolo.

Tras mirar sus fotos un rato y leer los mensajes de sus amigos, empiezas a pensar inevitablemente en ti mismo. ¿Cuándo yo muera estaré todavía en Facebook y otros mirarán mis fotos como yo acabo de hacer con las de ese contacto? ¿Habrá gente que me borre para dar paso a nuevos amigos? Te dices que no, porque «para entonces» esta red social habrá desaparecido. Claro, te imaginas que ocurrirá dentro de muchísimo tiempo, pero eso mismo pensaba hace dos días ese nombre marcado en azul, y mira tú ahora donde está.

Facebook nos recuerda de vez en cuando que es el cumpleaños de un amigo, o que hay un evento organizado por no sé quién. Pero también, cuando muere un contacto, nos refresca la memoria sobre lo importante que es estar vivo. Es un servicio que presta esta red social sin que nadie lo hubiera programado, sin que Zuckerberg ni nadie lo hubieran previsto jamás.