Peccata minuta
Monumentos (y 4)
Estoy perfectamente de acuerdo con la eurodiputada Carolina Punset en que cualquier bandera no es ni puede aspirar a más que a ser un simple trozo de tela y solo eso. Y tan trapo es el presunto Santo Sudario como una sábana de Tàpies o un pañuelo lleno de mocos; lo que les convierte en auténtico peligro es el enfermizo fetichismo que podamos depositar en ellos.
Con el bronce sucede lo mismo: regresaron por ley los toros del ruedo ibérico a Catalunya, pero bastó un instante, unas horas, para que los monosabios derribasen a montura y picador. Hubo, antes, quien rabió porque el ayuntamiento exhibiera, en la plaza pública, a lomos de un caballo, la imagen de un eunuco decapitado. Dalí, Buñuel y el doctor Guillotin hubieran flipado al unísono ante la contundencia gore del Caudillo a la salsa 1789 , pero unos cuantos llepafils 1714 que confunden el ketchup con la sangre de Guifré el Pilós se nos incendiaron por la presencia en Tierra Santa de un cuadrúpedo con apenas medio jinete, como el demediado vizconde de Ítalo Calvino.
Hay jaleo en la Sagrada Família, porque, tal vez por numerosa, no paga sus impuestos. Si servidora fuese Ada, y consecuente con el laicismo que bendice nuestra ciudad, rebautizaría el templo expiatorio de Gaudí, Subirachs y Rigol como 'La Família', a secas y gangsteril. (Con bautismo civil: sin agua del Jordán, pero sí de Canaletas, para siempre regresar.) O, para granjearse las simpatias de la CUP y sus copas menstruales (¿por qué la sangre de las cuatro barras debe ser masculina?), optar por 'La Comuna', que, en catalán suena a 'WC: Welcome to Catalonia'.
También genera palabras el obelisco que preside el cruce del paseo de Gràcia con la Diagonal por la que entraron los nacionales y la guardia mora -árabe- de Franco. Al acto, el Caudillo encargó a su Frederic Marés de turno, con museo a un paso de la Catedral -¿por qué no chaparlo al grito de «ya»?-, retirar a la Señora República y situar en lo alto del falo un aguilucho imperial, que los barceloneses apodaron 'El Lloro', hasta que, sin plumas y desgañitado, dejó de vociferar: «¡Viva Frrraaaaaaanco!». Y la cosa se quedó en Cinc d'Oros y El llapis -nombres dignos de Brossa- hasta que el «¡se sienten, coño!» de Tejero acojonó y aconsejó al socialista consistorio a apodarla plaza de Juan Carlos I, nombre que nunca prendió en la descreída habla popular.
UN LÁPIZ SOLEMNE
Propongo reconvertir el palo que apunta hacia la nada -como se hizo audaz y efímeramente durante el Saló del Cómic del año... (¿te acuerdas, pregonero Pérez Andújar?)- en un magnífico y solemne lápiz Staedler amarillo y negro, como los taxis de Barcelona. Y con él escribir cuatro palabras sensatas en nuestro cielo.
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