La extensión del odio
Monos desnudos
Las épocas de crisis económicas están marcadas por los miedos. Y pocas sensaciones son más poderosas
Hace unos días oí en la radio una entrevista con el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, director del Museo de la Evolución Humana en Burgos. Fue un gozo escuchar a un científico con una mirada que aúna comprensión, humor e incluso algo de compasión por ese animal tan contradictorio que es el ser humano.
Hablando de la racionalidad del Homo sapiens, dijo que en realidad es un barniz, que en cuanto se rasca un poco lo que aparece es un gorila o un chimpancé.
Me gustó la imagen que usó para referirse a la evolución humana como capas que se superponen pero que no anulan las anteriores, más antiguas, más primitivas; vamos quitando capas y debajo del primate encontramos rasgos más propios de los reptiles. La imagen me pareció muy adecuada también para ilustrar tantas muestras de odio atávico y visceral, que se expresa a gritos y con gestos de amenaza, con una violencia primitiva que no esperábamos en una sociedad que creíamos más civilizada.
Parece que, por desgracia, la civilización no solo es una capa de barniz, sino además una capa muy fina. Que la cultura, con todo lo que significa de conocimiento, raciocinio, capacidad de análisis y discernimiento, empatía… se difumina en cuanto aparece el miedo.
Crisis y miedos
Las épocas de crisis económicas son épocas marcadas por los miedos. Y pocas sensaciones son más poderosas. Hace que contratemos pólizas de seguros, temamos a los dioses ajenos y votemos a determinados partidos. El miedo es un ácido que corroe las capas del barniz y logra que aparezca el primate, el miedo nos convierte en monitos desnudos y asustados, a los que algunos arrojan banderas para que se cubran. Y también nos dan los mástiles de las banderas para que podamos golpear a otros con ellas.
Tenemos que tener cuidado, el ácido de la crispación y del odio sigue comiéndose capas y, de seguir así, pronto vamos a llegar a las más primitivas, a las capas reptilianas. Y seremos como los cocodrilos, que solo conocen una respuesta: abrir las fauces, enseñar los dientes y morder. Visto lo visto, algunos ya están ahí.
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