La ultraderecha española
El momento Vox
La hiperventilación de banderas españolas en el conflicto catalán o el alarmismo con la inmigración han favorecido el partido de Abascal
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
El infierno de la política está empedrado con buenas ideas de estrategas que pensaron que su problema era lo que sumaban sus rivales, no cuanto eran capaces de sumar ellos, y que para restarles lo mejor era dividirlos promocionando competidores. Los estrategas tienen un nuevo juguete y se llama VoxVox. Unos se relamen calculando los estragos de la Ley d'Hondt si el voto de derechas se divide en tres mientras, en la derecha, Pablo Casado y Albert Rivera corren una loca carrera hacia el extremo tratando de anticipar ese efecto.
Los mismos que consideran una herejía los métodos del nuevo CIS respecto a la proyecciones para los grandes partidos, los compran para dar por hecho que Vox ya supera el millón de votos y entraría en el Congreso. Dejando aparte esa incongruencia tan castiza, parece claro que la hiperventilación de banderas españolas en el conflicto catalán, su activismo judicial contra el nacionalismo o el alarmismo mediático y político con los supuestos millones de migrantes al asalto han creado un momento de protagonismo para Vox. Otra cosa parece asumir que tenga hoy el oligopolio del voto (1,4% estimación CIS, 9/2018) entre quienes se sitúan en la extrema derecha (2,2% CIS, 9/2018).
Cs y PP tienen razones al preocuparse con la competencia de Santiago Abascal. Ambos le aportan a partes casi iguales más de la tercera parte de sus apoyos. Asunto diferente resulta intentar neutralizar esa fuga extremando su lenguaje o sus posturas en Catalunya o sobre inmigración. Deberían mirar qué le ha sucedido a los partidos conservadores europeos que han empleado esa táctica. Desde Francia a Italia, todos han acabado devorados por la derecha extrema. La razón es sencilla: Abascal no tiene limites en su oferta antinacionalista, antiinmigración o antifeminista porque ahora no aspira a gobernar; en esa carrera lleva todas las de ganar.
Analizar de dónde proviene el votante de Vox también arroja dudas para la izquierda. La mayoría es gente que no votaba o lo hacía por otras formaciones pequeñas. Hace daño a la derecha pero, sobre todo, moviliza gente que se abstenía porque estaba fuera del sistema electoral. Además, para tener efectos relevantes en el reparto de escaños, el apoyo a Vox debería distribuirse de manera más uniforme entre aquellas zonas donde pocos votos deciden actas. No es así. Vox crece en Madrid y algunas grandes capitales de provincia.
Tiene razón Abascal cuando dice que Casado les legitima cada vez que les nombra. Pero tampoco les deslegitima que el Gobierno se empeñe en hablar de legalidad y aplicar la ley en Catalunya, como si realmente fuera un problema de orden público y no de hacer política. Hace años, un joven periodista preguntó a un prometedor político popular que, con el tiempo, llegaría a presidente del Gobierno qué pensaban hacer frente a la pujanza del populismo ultra que entonces encarnaba Jesús Gil. No darle aire, fue su respuesta, porque el día que se lo dieran estarían perdidos, el PSOE y el PP. Sigue teniendo razón.
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