El segundo sexo

Modelos de varón

James Bond representa al hombre que la mayoría de hombres querrían ser, el reverso es Christian Grey

CARE SANTOS

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Si no tuviera que escribir este artículo, tal vez estaría viendo la última de James Bond. No suelo perderme ninguna. Treinta años y varios James Bond después, siguen divirtiéndome. Confieso que soy muy de Daniel Craig. Es el tipo de hombre que disfruto mirando, a pesar de que sus orejas desentonan un poco. No son propias de tipo duro ni combinan nada bien con el esmoquin. En fin, una menudencia que no importa, ni a mí ni a los millones de espectadores que tienen sus películas en todo el mundo. Ian Fleming, el escritor británico que inventó al personaje en 1952 y escribió con él 12 novelas y nueve cuentos, se sentiría muy feliz.

    Lo bueno de James Bond es que forma parte de nuestra vida. Hemos asumido tan bien que es un personaje de ficción no atacado por las mediocridades de la existencia que nos hemos acostumbrado a verle con distintas caras. Por supuesto, todos tenemos un Bond favorito. Yo me confieso muy de  Craig, pero reconozco que Sean Connery le va a la zaga. Mi madre siempre fue de Connery sin concesiones, no vean qué disgusto se llevó cuando se lo cambiaron.

    Con los años, Bond ha sufrido también una cierta evolución sentimental. Al principio era más irónico que sincero en sus relaciones personales, pero todos daban puñetazos con la misma convicción —y sin despeinarse— mientras libraban al mundo de villanos implacables. Jamás habríamos esperado de ellos un momento de debilidad, una operación de apendicitis o un enamoramiento que dejara huella. Con el tiempo, a Bond le ha nacido un corazoncito casi humano. Es un cambio sutil, que le humaniza. Lo demás, es como siempre. Increíble pero encantador. Perfecto.

Ian Fleming concibió a su famoso espía con licencia para matar para un público masculino. No eran en eso sus novelas tan distintas de las viejas series del Oeste, y como ellas pretendían entretener y agradar a un gran número de lectores. El protagonista debía seducir, vender el sueño de ser otro, como siempre hace la Literatura. Por eso creó a un hombre fuerte, frío, sin ligazones sentimentales, que lleva una vida plagada de acción y aventuras trepidantes, que puede repartir mamporros e incluso matar sin ser castigado por ello, que tiene a su alcance la mejor tecnología (incluyendo los coches más codiciados), bebe el mejor champán y se acuesta con las mujeres más hermosas (y más jóvenes, con la única excepción de Mónica Belluci, aunque la Belluci, no me digan, bien merece una excepción). Conoce los secretos del mundo, decide cómo administrarlos, tiene un infinito poder que se le nota en la seguridad con que camina. Por supuesto, en la cama también es una bomba. A veces ni siquiera se quita la camiseta para retozar en la alfombra con una morena de bandera. Las mujeres, que son malas, le traicionan, pero siempre después del sexo. Así tiene motivos para no llamarlas más. James Bond es, hasta el mínimo detalle, el hombre que la mayoría de hombres quisieran ser.

LA OTRA CARA

En el reverso de la moneda está Christian Grey. Otro hombre de ficción, esta vez creado por una mujer y para mujeres. En el cine, interpretado por Jamie Dornan, un guapo bastante sobrevalorado. No hace falta que disimulemos: todas, confesas o no, hemos leído alguno de los libros de E. L. James. A muchos les han alegrado las coyundas de fin de semana. Pues bien. Ya sabemos nosotras que Christian Grey es tan inverosímil como Bond, a quien a menudo se parece en los andares y en el estilismo. Joven, guapo y rico (inquietante terna), educado, elegante, frío, triunfador pero (y ahora viene lo bueno) atormentado por un pasado oscuro. En una de las primeras escenas de la película va y le suelta a la predispuesta Anastasia: «Estoy acostumbrado a controlarlo todo» y a ella se le queda una cara de mema muy elocuente.

Qué alegría encontrar de pronto un hombre que tome decisiones, pensamos. Un hombre que lleva su toque de pañuelo en el bolsillo de la chaqueta, sus gemelos diminutos en los puños de la camisa y sus cuellos de un blanco imposible. Que no cuenta chistes soeces ni queda con amigotes. Que no come pizza en el sofá viendo la Champions. Que no practica el aquí-te-pillo-aquí-te-mato en los 13 minutos que los especialistas dicen que debe durar un coito. Que no escucha con devoción a su madre porque no tiene. Y que, además, te pasea en helicóptero. Mejor ignorar qué seríamos capaces de hacer por un hombre así.

    Christian Grey es –y tal vez debamos preocuparnos– el hombre que la mayoría de mujeres desean encontrar. Es un poco malo, lo suficiente, pero es redimible. La redención por el amor nos vuelve locas. Grey deja de ser perverso porque ella le salva. Al final, ya saben, lo de siempre: el amor todo lo puede y suenan campanas de boda. Y la historia se corta justo antes de llegar a la pizza en el sofá y a los 13 minutos, claro, cuando los sueños aún permanecen intactos.