INTANGIBLES

La mirada del cardenal Bergoglio

JORDI ALBERICH

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Cuando en pocas semanas empecemos a valorar lo que nos ha dejado este 2016, uno de los hechos que consideraremos como más relevantes, quizás el que más, será la sacudida que han sufrido los escenarios políticos occidentales, desde la consolidación de nuevos partidos radicales, al Brexit o al fenómeno Trump. Y, curiosamente, ello se produce cuando la salida de la crisis es ya notoria y, en el caso concreto de Estados Unidos, sus niveles de ocupación se acercan al pleno empleo. ¿Qué ha sucedido?

Sin duda, se confirma lo que venía anunciándose, que las clases medias se sienten perdedoras de este proceso de globalización y revolución tecnológica, frente a una minoría que se percibe como claramente ganadora y que, además, ostenta su bienestar con un exhibicionismo que no responde a los parámetros tradicionales de las sociedades capitalistas de corte industrial. Por ello, las consideraciones desde lo que viene a denominarse establishment, carecen de legitimidad a los ojos de una creciente parte de la sociedad.

Pensaba en ello mientras leía una entrevista al Padre Ángel, fundador de Mensajeros de la Paz e interesante innovador en el ejercicio del sacerdocio, en la que al preguntarle por su amistad con el, entonces, Cardenal Bergoglio, hoy Papa Francisco, comenta "en el metro Bergoglio miraba a los ojos a la gente y la iba saludando con la mirada. Siendo ya cardenal, parecía un cura de pueblo". Y es que, hoy más que nunca,  resulta fundamental mirar a los ojos, reconocer al otro. Y la sensación es que una minoría selecta se ha escindido y no mira a su alrededor. Y esto es lo que, más allá  de las dificultades económicas, alimenta el rencor de una clase media que respeta las formas y el orden en la calle, pero deposita la papeleta más inesperada en las urnas.  ¿Cómo podemos recuperar ese mirarnos?

En primer lugar, dejando de vanagloriarnos de una recuperación que, siendo cierta, aún deja a muchos millones de ciudadanos europeos, y norteamericanos, en la cuneta. Segundo, reconociendo que aunque se genere empleo, es  inaceptable la remuneración y calidad de buena parte de ese nuevo empleo. Y, finalmente, dejando de aseverar, desde la comodidad, que el bienestar generalizado que hemos conocido en anteriores momentos no se volverá a dar en un futuro cuando, por el contrario, lo que correspondería es mostrar el mayor compromiso por  gobernar la globalización y por  hacer que la mayor riqueza que conlleva  la revolución tecnológica alcance a todos.

En otro sentido, coincido en que para consolidar el modelo capitalista, el mejor de los conocidos, tenemos que corregir excesos del Estado del bienestar pero,  creo que, aún más importante sería que todos los ciudadanos, ganadores y perdedores, nos moviéramos en metro y nos miráramos a los ojos. Es lo que hacía el Papa.