Juicio a la corrupción

Millet, de pillastre a patricio

Si no hubiera robado o no le hubieran pillado, en vez de oprobios el saqueador del Palau habría acumulado honores

Fèlix Millet

Fèlix Millet / periodico

XAVIER BRU DE SALA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hace un siglo había dos hermanos, Lluís Joan Millet. El primero, el mestre Millet, cofundó el Orfeó Català, inscrito en el catalanismo popular según la tradición de los Cors de Clavé. Joan era un industrial algodonero, no de los más importantes. Su hijo Fèlix tuvo que huir porque los anarquistas lo querían matar, ya que era un destacado militante católico. De vuelta a Barcelona con los victoriosos de la guerra civil, amasó una muy considerable fortuna en el ramo de los seguros y la banca. Franquista, mecenas catalanista y presidente del Orfeó, reunió en su figura las dos vocaciones familiares. Su hijo Joan, sin proyección pública, se ocupó de los negocios heredados del padre, pasó a residir en Madrid y con el tiempo declinó en todos los sentidos.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"\u00a0","text":"Cuando se agot\u00f3 la teta sociovergente,engatus\u00f3 a Aznar"}}

Así se habría sintetizado la saga de Millet si no fuera por el reformador y saqueador de Palau, un pillastre simpático, salvado de la prisión por su hermano mayor después de unas oscuras operaciones inmobiliarias. Nuestro Fèlix se sirvió del apellido familiar para señorear en el Palau de la Música y hacerse un hueco entre lo más granado de la política y la sociedad catalana. El pillastre se hizo pasar por patricio, y a fe que consiguió ser tomado por tal, sobre todo por quienes no conocían a ningún patricio.

UN MODELO QUE NO SE ALTERARÁ

Si no hubiera robado o no le hubieran pillado, Fèlix Millet, en vez de oprobios, habría acumulado honores, empezando por la medalla de oro de Barcelona. Mejor dicho, si no hubiera resultado tan fácil encaramarse al carro de la corrupción, bien pocos criticarían las reformas y la ampliación de Palau, como hizo Ernest Lluch, en solitario y con argumentación discutible. La reforma de Òscar Tusquets es un activo de la ciudad. La joya del Petit Palau no existiría sin el pillastre Millet, que cuando se agotó la teta sociovergente engatusó a Aznar para que se lo pagara, a cambio de unas fotos y un buen pellizco para la FAES que no se ha investigado gracias a la discriminación judicial positiva.

Por cierto, que el modelo de gestión de Millet no se ha alterado ni se alterará, ya que sale muy barato al erario público.