En el adiós de la primera dama de EEUU

Michelle Obama, clásica y seductora

Tuve la oportunidad en la convención demócrata de estar cerca de Michelle Obama y notar la fuerza arrolladora de una mujer que no se anda por las ramas

Barack y Michelle Obama se dirigen hacia el lugar de la ceremonia de entrega de las medallas de la Libertad, en la Casa Blanca.

Barack y Michelle Obama se dirigen hacia el lugar de la ceremonia de entrega de las medallas de la Libertad, en la Casa Blanca. / periodico

NÚRIA RIBÓ

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Los Obama nunca han sido santo de mi devoción. Ni cuando medio mundo se derretía ante los inspirados discursos del primer presidente negro. Pero el tiempo cambia algunas percepciones. Tras una Hillary Clinton, polémica, que rompió moldes con sus intervenciones políticas en la Casa Blanca, esperaba que la entrada de Michelle Obama (nunca utilizó, Robinson, su apellido de soltera) una mujer joven y brillante profesional, educada en universidades de la elitista Ivy League, Princeton y Harvard, diera el paso definitivo para dejar atrás el tradicional rol de esposa florero, eso sí, «con grandes inquietudes sociales».

Michelle Obama, a la que nunca le ha gustado la política, siempre fue crítica con el papel entrometido de otras primeras damas como Nancy Reagan y Hillary Clinton, según cuenta Jodi Kantor autora de 'The Obamas' (2012), aunque «nada ni nadie la obligaría a ejercer de florero».

Michelle regresó a la tradicional Ala Este de la Casa Blanca, después que Hillary se hubiera trasladado al lado de Bill Clinton. Mamá en jefe y gran protectora de su marido, llegó a crear tensiones con sus asesores los primeros años.

REIVINDICACIÓN DE PASADO E IDENTIDAD

Michelle volvió a la tradición. Ha puesto en marcha programas para la educación de niñas, ha promocionado la alimentación saludable y la lucha contra la obesidad y se ha cuidado de las familias de exmilitares. Más segura durante el segundo mandato, ha reivindicado su pasado y su identidad. «Soy tataranieta de  Jim Robinson de Carolina del Sur, que vivió como esclavo».

Michelle, a la que han retratado como «una mujer negra enfadada», reconozco que me impresionó en la convención demócrata de julio. Tuve la oportunidad de estar cerca y notar la fuerza arrolladora de una mujer que no se anda por las ramas. Que habla claro y electriza. Es convincente. Tanto que creí las alabanzas que dedicó a Hillary. Del triunfo de Hillary dependía que el legado de su marido tuviera continuidad. 

Michelle, hoy más popular y querida que nunca, deja un gran legado ético. Igual que Barack Obama.