La mezcla Iniesta

Iniesta también es un buen llegador.

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Axel Torres

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El fútbol asociativo, el que pretende someter al oponente mediante cadenas de pases que acaben generando, encontrando y explotando un espacio libre, suele ser acusado a menudo de convertirse en previsible. La eterna posesión cobra una dimensión intrascendente. El balón va de un lado al otro, dibujando trayectorias horizontales que entran en contradicción con la aparente naturaleza vertical de un deporte que consiste en introducir la pelota en una portería que se encuentra en frente -y no a los lados-. Son argumentos que usan a menudo los detractores de este estilo, especialmente después de partidos espesos en los que el equipo que ha dominado ampliamente la tenencia de la pelota ha acabado generando menos ocasiones de gol que su replegado y contragolpeador oponente. Por todo ello, para que el fútbol asociativo sea plenamente exitoso y sortee la amenaza de la monotonía, es fundamental contar con jugadores como Andrés Iniesta.

Porque Iniesta no sólo lo entiende. Sus virtudes no se limitan a aquellas que caracterizan a los iconos del juego de posición (manejo de los tiempos, visión panorámica y proyectiva para anticipar qué puede ocurrir tres pases después, exquisitez técnica para entregar el balón con precisión y reducir al mínimo el riesgo de pérdidas, habilidad para proteger el cuero ante la marca agobiante de los adversarios, cabeza fría para ejecutar sin pánico pese a la cercanía de los oponentes...). Además, Iniesta posee una cualidad rarísima en los pasadores que organizan el juego: la capacidad para eliminar rivales en conducción. El cambio de ritmo con la pelota pegada al pie. El desborde. El regate. Esa mezcla, poder disfrazarse de Xavi en un momento dado y de Messi tres segundos después, lo ha convertido en la pieza más fundamental de esa manera de jugar, en el antídoto perfecto contra la tendencia a la repetición plana de pases sin profundidad. En el factor sorpresa para cambiar la marcha. En la excepcional fórmula para aunar control y vértigo, para fusionar hipnosis y agresión.

El sustituto no existe

Este perfil de jugador no abunda -diríamos, de hecho, que en el primerísimo nivel en el siglo XXI solo hemos visto un par-, y por lo tanto al Barcelona le costará enormemente encontrar un sustituto. Los intentos con Coutinho Arthur parecen interesantes, pero la mejor forma de ayudarles a ofrecer un rendimiento óptimo será no exigirles que sean Iniesta ni compararlos con él. En este sentido, Ernesto Valverde ya ha demostrado que está más que capacitado para gestionar sucesiones comprometidas. Ante la marcha de Neymar, el cambio de dibujo le permitió que el foco no pudiera centrarse en nadie en concreto. La posición del brasileño dejó de existir, por lo que el juicio sobre cómo se sobreponía el equipo a su ausencia recayó sobre el colectivo. Sólo si el problema de empezar a vivir sin Iniesta se aborda de una manera parecida se evitará sobrecargar de presión a algunos futbolistas de indudables virtudes pero quizá aún no preparados para asumir una carga tan pesada.