La encrucijada catalana

El meteorito Puigdemont

La gestación política de la reforma territorial será compleja y para ser creíble deberá contar con la participación de un sector del independentismo

JORDI MERCADER

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El espectáculo de <strong>negación de la verdad</strong> protagonizado por los portavoces de la Generalitat tras las revelaciones del <strong>delegado del Gobierno </strong>en Catalunya sobre la existencia de contactos discretos entre ambos ejecutivos se cerró de la forma más clásica: contra el vicio de mentir, la virtud de filtrar información. La discusión se centra ahora en subrayar las evidentes diferencias entre hablar y negociar, según la terminología política.

Lo cierto es que Rajoy ya sabe de primera mano de la determinación de Puigdemont de convocar un referéndum y Puigdemont tiene constancia personal de la rotunda voluntad de Rajoy de impedir su celebración. Las cosas claras y dichas a la cara. Uno no quiere liquidar España, en su versión gótica y unitarista, y el otro llegó a la presidencia con la única idea de celebrar una consulta independentista sin reparar en desobediencias. 

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Certificada la imposibilidad de cualquier tipo de negociación sobre este asunto, lo relevante es saber cómo se prepara cada uno para hacer frente al episodio final de esta etapa del conflicto entre Catalunya y España. Los independentistas para cerrar la vigente hoja de ruta con el mínimo destrozo posible de la ilusión generada entre los suyos y el Estado español para minimizar el impacto del meteorito Puigdemont en la superficie del Estado de derecho. La profundidad del cráter que vaya a ocasionar el primer aerolito soberanista sobre la legitimidad constitucional condicionará las expectativas para dar con una solución de futuro para la cuestión territorial y la organización del Estado.

EVALUACIÓN DE DAÑOS

Si nadie nos engaña, la convocatoria del referéndum va a producirse, y aunque no vaya a celebrarse, el choque con la legalidad va a ser un hecho. Todos los afectados tienen plena conciencia de ello y se intuye que la mayoría se está concentrando en evaluar los daños del encontronazo. Y el límite de resistencia del sistema, dando por improbable cualquier intento de desviar la trayectoria dibujada por Puigdemont, quien una vez liberado de pasar por las urnas para validar su decisión, se siente con las manos libres para actuar de acorde a su sueño secesionista.

La aceptación de los 45 puntos pendientes de tratar en una próxima reunión en la Moncloa, de producirse, sería poco más que un paliativo (eso sí, de justicia) para rebajar la tensión, nunca un substitutivo de la reclamación central y difícilmente un factor suficiente para modificar el calendario de la colisión.

LA TERCERA VÍA

Y aquí entra en juego Artur Mas. El expresidente insinuó recientemente en Madrid su predisposición a escuchar una propuesta del Estado para evitar el desastre: la denostada<strong> tercera vía</strong> entre el inmovilismo y la desobediencia unilateral. Sin embargo, ni a él ni a nadie se le escapa que la formulación de un proyecto de reforma territorial ambiciosa va para largo; su gestación política será compleja y para ser creíble tendrá que contar con la participación de un sector del independentismo catalán. Aceptado lo inevitable solo queda preparar el día político de mañana.