El proceso soberanista

Metáforas para el otoño del 2014

El conflicto entre Catalunya y España no es un choque de trenes sino una bifurcación de vías

Metáforas para el otoño del 2014_MEDIA_1

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ENRIC MARÍN

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En una de las escenas más celebradas de la película Il postinoNeruda le dice al cartero que no le agobie con más símiles y metáforas, y este, sin poder ocultar su confusión, le pregunta qué es una metáfora. Neruda se lo piensa un poco y le contesta: «Es como cuando hablas de una cosa y la comparas con otra».

La metáfora es una figura retórica básica en el lenguaje poético. Pero también abunda en la crónica militar, en la futbolística o en la política. De hecho, tanto el imaginario futbolístico como el político se nutren ampliamente de conceptos provenientes del vocabulario militar. Pero, curiosamente, la metáfora más recurrente para referirse al conflicto democrático entre Catalunya y el Estado no remite a escenarios bélicos sino que se inspira en el transporte civil: el choque de trenes. Se trata de una metáfora que evoca una imagen trágica y destructiva. Por eso se utiliza de forma preferente para expresar opiniones escépticas o críticas con el proceso soberanista catalán.

La imagen sirve para dar plasticidad visual a las supuestas consecuencias catastróficas de la reivindicación catalanista en curso. Pero en realidad el símil del choque de trenes no guarda paralelismo con el proceso político catalán. Intentando ser rigurosos, lo más parecido a un choque de trenes fue el choque de legitimidades que representó la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. Aquella insólita colisión provocó el descarrilamiento del tren autonomista. Desde ese día, capas sociales cada vez más amplias de la sociedad catalana han decidido desconectar racionalmente y emocionalmente del nacionalismo español y de su proyecto de España. Si continuamos con los símiles ferroviarios, esta desconexión ideológica y sentimental no evoca ningún choque de trenes. Evoca, más bien, la imagen de una bifurcación de vías. Una bifurcación ante la que España hará todo lo posible para evitar que la locomotora catalana pueda optar a ninguna vía alternativa al ancho ibérico.

El inicio de curso y el otoño están marcados por dos hitos estrechamente vinculados: la Diada y el 9-N. Ahora, como hace uno o dos años, no se necesitan habilidades adivinatorias para pronosticar un 11 de septiembre con una nueva marea humana de carácter reivindicativo. Un clamor multitudinario con la vista puesta en la consulta. También sabemos que en torno a aquellos días se aprobará la ley catalana de consultas. Y que el 18 de septiembre Escocia hará su referendo. Y termine como termine el referendo escocés, ya sabemos que la imagen de España perderá. Cuando Mas haya firmado la convocatoria de la consulta, el Gobierno central tendrá tres opciones: recurrir la ley, recurrir la convocatoria o tolerarla. Si optase por la tercera, Rajoy podría ganar tiempo para pactar con el PSOE una vía intermedia entre el statu quo y la independencia. Una tercera vía que, ante la constatación de la voluntad popular mayoritaria de los catalanes, sería considerada como inevitable. Y, siguiendo el modelo británico, pactar un referendo vinculante en el que se pudiera votar un nuevo encaje de Catalunya en España. Pero, vistos los precedentes, nadie duda de que Rajoy optará por una de las dos primeras y volverá a utilizar el Constitucional como muro de contención de la expresión democrática de los catalanes. Si eso es lo que acaba pasando, la situación tendrá algún parecido a un nuevo choque de trenes. Pero no lo será. Será, más bien, la constatación del inmovilismo de Rajoy y de la enorme distancia entre las instituciones del Estado y la sociedad catalana. Inmovilismo y distancia, no choque.

¿Y a continuación qué? El guion no está cerrado. No lo puede estar. La política catalana de hoy es compleja, acelerada y poco previsible. Pero sí hay una certeza: el elemento clave son las urnas. Plebiscitarias, municipales, legislativas adelantadas o no... el Estado no tiene ninguna opción efectiva y elegante de impedir el pronunciamiento democrático de la sociedad catalana. Y si toma cuerpo una reforzada mayoría parlamentaria y municipalista obligada por un mandato democrático inequívocamente soberanista, el Estado solo podrá mover ficha haciendo finalmente una oferta creíble y atractiva para la sociedad catalana. Pero llegados a este punto su credibilidad será escasísima. Imperceptible. Y la capacidad de atracción, nula. No habrá ningún choque de trenes. Solo un pronunciamiento de discontinuidad institucional escrupulosamente democrático que abra un proceso constituyente. Una bifurcación de vías que a todos interesará que sea pactada. Entonces nadie se acordará de la metáfora del choque de trenes. Y tal vez entonces las élites españolas lamentarán el inmovilismo del Gobierno español. Pero también podría ser el inicio de una relación de igual a igual y sin malentendidos entre Catalu-nya y España. Transitando en vías paralelas.