Un reto científico y ético

Messi, la medicina y el poshumanismo

El desarrollo de la biotecnología permitirá superar la desigualdad de la 'lotería natural' en el deporte

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JOSÉ LUIS Pérez Triviño

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Messi es sin lugar a dudas uno de los mejores jugadores de fútbol no solo del momento actual, sino de la historia. Su velocidad, su dríbling, su visión del juego colectivo, su talento lanzando faltas y un carácter alejado de todo divismo y prepotencia lo han encumbrado, merecidamente, al olimpo de los deportistas. Su participación en los éxitos recientes del FC Barcelona ha sido decisiva, aunque también él se ha beneficiado del juego colectivo preciosista y efectivo que ha sabido imprimir su entrenador. Otro gran deportista actual es Tiger Woods. Sus logros en el mundo del golf son bien conocidos y han sido tan importantes que también está en la lista de los grandes jugadores de la historia.

Ambos deportistas son ejemplo de lo que valoramos colectivamente en el deporte: sacrificio, entrenamiento duro, concentración y desarrollo de unas capacidades naturales innatas. El deporte es en la mayoría de sus manifestaciones una competición de talentos (físicos y también psicológicos) más entrenamiento. No obstante, si se repasa la biografía de Messi y Woods aparece un dato que nos lleva a reflexionar acerca de la naturaleza del deporte, de los valores que lo sustentan y los retos a los que se enfrentará con el desarrollo de la biotecnología.

Woods se sometió a una operación para superar sus problemas de miopía. Messi, a los 13 o 14 años, medía poco más de 1,40 metros y, como es sabido, el Barcelona se hizo cargo del tratamiento con la hormona de crecimiento humano. De esta forma, si al llegar a España, en el 2001, medía 1,46 metros, al cabo de cinco años de recibir dos inyecciones diarias de somatotropina había crecido 23 centímetros, una altura razonable para que como jugador pueda sortear los envites de los defensas por más altos que estos sean.

La duda inmediata que se plantea es si ambos deportistas habrían logrado el éxito deportivo de que hoy gozan si no hubieran sido tratados médicamente. La respuesta probable, por más que se trate de una conjetura difícilmente verificable, es que no. Lo cual habría ido en detrimento no solo de los propios afectados, sino que también habría impedido a los aficionados al deporte disfrutar de un despliegue técnico tan sublime.

Pero más allá de los casos concretos, hay otros interrogantes: ¿es factible distinguir entre tratamiento terapéutico y tratamiento mejorador?, ¿por qué se permite el uso de esas operaciones o de esas hormonas, y no de otras? Pensemos en los anabolizantes, tan usados por algunos ciclistas ¿Acaso no se podrían quejar de desigualdad de trato los deportistas que quisieran utilizar ahora, como adultos, la hormona del crecimiento y así mejorar su rendimiento deportivo? Por otro lado, hay quien sostiene que tales interferencias en los talentos naturales desvirtúan la esencia del deporte. En efecto, en el deporte, como en otros ámbitos de la vida, hay una lotería natural en la que algunos individuos salen beneficiados y otros no. Si un deportista resultó beneficiado con esas dotes naturales, ¿no debería conformarse con sus defectos naturales? Tachenko, el famoso jugador de baloncesto soviético, salió beneficiado con una altura de 2,21, apta para destacar en ese deporte, pero la naturaleza le perjudicó con una evidente falta de flexibilidad. ¿Se habría aceptado su participación en el deporte profesional o en los Juegos Olímpicos si hubiera tomado un esteroide que mejorara sustancialmente sus reflejos y capacidad de coordinación?

Estas son cuestiones debatidas en la actualidad. Y lo serán más según avance el desarrollo de la biotecnología, especialmente de las técnicas de manipulación genética. De hecho, ya hay experimentos en ratones que hacen factible aumentar su actividad siete veces con respecto a un ratón no tratado, mejorar su resistencia y alargar su expectativa de vida. Algunos filósofos (Savulescu) abogan no solo por permitir el uso de drogas y manipulaciones genéticas en deportistas (o humanos en general) sobre la base de que –eliminándose previamente los riesgos para la salud–esos tratamientos mejorarán la autonomía y el bienestar humano. En el caso del deporte, además, tales tratamientos permitirán superar la desigualdad de la lotería natural y harán más excelsos los logros deportivos. Otros autores van todavía más lejos y defienden el poshumanismo, es decir, la posibilidad de que en el futuro la biotecnología no solo permita el mejoramiento de las capacidades dentro del rango de lo que es humano (Messi, por ejemplo, tras el mejoramiento hormonal mide una estatura media), sino por encima, es decir, que se traspasen los límites cognitivos y físicos de la humanidad tal y como la conocemos en la actualidad.

Todos estos retos parecen del futuro, pero ya están presentes en la medicina deportiva como muestran los casos examinados. Los casos de Messi y Woods plantean cuestiones de justicia e igualdad en la práctica competitiva que las instituciones deportivas necesitarán regular para hacer compatibles los avances biotecnológicos, que se antojan imparables, con los valores que actualmente predicamos del deporte.

Profesor de Filosofía del Derecho (UPF).