Polémica por un espacio televisivo

'Merlí', jóvenes y prostitución

La serie tiene una responsabilidad social como constructora de realidades y definidora de ideología

ilustracion  de leonard beard

ilustracion de leonard beard / periodico

BERTA FLORÉS

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Que Merlí es una serie sexista y clasista no es algo nuevo, y en la tercera temporada pronto hemos constatado que sus guionistas siguen determinados a mantener esta misma, digamos, perspectiva del mundo.

La semana pasada, el profesor más popular se sentía frustrado: las cosas no le iban bien y su ex le daba calabazas. Estaba triste, con el ego bajo, y por eso… daba unos euros a una chica a cambio de tener sexo con ella y ahogar las penas. Es fácil imaginar que la relación que mantenían no era afectivamente igualitaria, sino que se basaba en el conocido qui paga mana.

No es casual que el programa esté escrito y dirigido por hombres, como lo están la mayoría   

Merlí, como serie que ven miles de adolescentes, es un producto televisivo que crea referentes y que, además, se vanagloria de reflejar muy bien el día a día en las aulas. Como serie líder contribuye a dibujar un imaginario colectivo que, en este caso, es asimilado por un público muy joven que seguramente dispone de menos recursos para ser crítico y es aún más vulnerable. Y es que si el profesor que mola paga a una mujer para acostarse con ella y olvidarse de los problemas, muchos jóvenes entenderán que esta es una conducta de lo más normal, incluso si se es muy de izquierdas, a no ser que en otro capítulo se reflexione sobre el tema o que desde el sofá cuenten con alguien que les invite a pensar un poco más allá. 

Series como Merlí tienen, pues, una responsabilidad social como constructoras de realidades, y tanto pueden colaborar a perpetuar la ideología dominante (con sus múltiples discriminaciones por razón de género, raza, clase social...) como ayudar a transformarla. Normalizar el hecho de ser hombre y pagar a una mujer para recibir sexo cuando se tiene un mal día refuerza la idea de que los hombres tienen derecho a acceder a nuestro cuerpo cuando les apetezca. Al mismo tiempo, en escenas así se representan las relaciones sexuales como relaciones de poder, ignorando que a menudo en la hipotética compraventa sexual quien vende y quien compra no se hallan en una posición equiparable.

Mujeres cosificadas

Y todo esto en una sociedad sin ningún tipo de educación sexual ni afectiva pero hipersexualizada a más no poder, en la que se cosifica a las mujeres (y niñas) cada dos por tres y donde la pornografía main stream por excelencia pese a su brutal misoginia. Para rematarlo, los datos confirman que la prostitución (femenina y de bajo coste) no para de crecer como una opción de entretenimiento más en las noches de fiesta de los chicos más jóvenes. 

Para terminar: no es casual que la serie esté escrita y dirigida por hombres, como lo están, por cierto, la inmensa mayoría de series y espectáculos que se producen en el mundo. Necesitamos nuevas voces, nuevas miradas: necesitamos mujeres creadoras, o, mejor dicho, que se deje de invisibilizar su talento, sus experiencias y sus puntos de vista. Y nos urge introducir una perspectiva de género (también) en nuestras pantallas. Solo así podremos combatir el discurso social imperante, que es aún más perverso cuando se disfraza de guay.