La supervivencia de la agricultura
Mercados de comida
La Administración debe apoyar la recuperación de puntos de encuentro entre productores y consumidores
Gustavo Duch
Coordinador de la revista 'Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas'.
GUSTAVO DUCH
Cuando compramos ajos en un supermercado los pagamos unos cinco euros el kilo; esos mismos ajos han sido adquiridos a agricultores por menos de 1,50 euros. Por los tomates de ensalada pagamos casi dos euros cuando sus productores han recibido 30 céntimos, es decir, el precio -que no el valor- entre origen y destino se ha multiplicado por seis. Pero el caso más sangrante lo encontramos, según los datos del sindicato COAG de noviembre, en las coliflores, donde hay una diferencia porcentual de más del 600%. Mientras en el supermercado se ofrecen a 1,84 euros por kilo, a quien las sembró, regó y cosechó se las pagan a 0,24 euros kilo.
Este índice, que mide las diferencias entre el precio en origen y en destino, es una muy buena herramienta para denunciar uno de los factores que más complican la subsistencia de las gentes en el medio rural: el control de toda la cadena agroalimentaria se concentra en muy pocas grandes superficies, los supermercados, donde hoy casi todos lo compramos casi todo. Con ese superpoder se permiten marcar unos precios muy bajos a sus proveedores e incluso en algunos casos pagar por debajo de los costes de producción, como con la leche o el aceite.
No siempre fue así. Hasta no hace mucho tiempo los pequeños comercios en pueblos y barrios o los mercados municipales ejercían el importante rol de distribuir los alimentos. Y se disponía también de otro instrumento que relacionaba directamente a consumidores y campesinas: los mercados de payeses semanales que se instalaban en calles y plazas. Muchos factores, entre ellos la poca atención que las administraciones han prestado a esta práctica, los hicieron desaparecer de muchos lugares o arrinconarlos como vestigios del pasado. Pero mirar para atrás y recuperar mercados de agricultores ofrece muchas ventajas relevantes en estos momentos de crisis.
La fundamental es que mejoran los ingresos de los productores, claro, a la vez que refuerzan toda la economía agraria y rural, que tanta falta hace para generar empleo en el campo. Impulsan la producción de alimentos frescos y locales, por lo que evitamos contaminación en recorridos desde países lejanos. Cuando se prioriza la presencia de productores agroecológicos tenemos alimentos saludables, sanos y producidos en armonía con el medioambiente. Por último, si revisamos los estudios realizados en los Farmers Markets del Reino Unido vemos que, para la población consumidora, acudir a estos mercados garantiza precios bajos (al no existir intermediarios), calidad y una forma de reducir riesgos alimentarios: lo local, de productores conocidos y que dan la cara, aporta más confianza que cuando te enfrentas a un producto anónimo en la estantería del supermercado.
A día de hoy encontramos experiencias muy interesantes para recuperar estos mercados campesinos. Con pequeñas diferencias (periodicidad, en interior o en exterior, con alimentos ecológicos o no, fijos o itinerantes…), todos defienden un valor central: potenciar la venta directa de los productos de agricultores y elaboradores artesanales.
Si la voluntad política se activa, algunas recomendaciones son claras según las experiencias y resultados analizados en otros lugares. Primero, su objetivo fundamental no puede perderse de vista: lograr el consumo de alimentos sanos y locales, manteniendo y potenciando la agricultura a pequeña escala. Para ello deben facilitarse los trámites en la obtención de permisos, ofrecerse espacios adecuados y diferenciados para la venta de alimentos y tasas accesibles. Segundo, prohibir la reventa de productos en dichos mercados, ya que supone una competencia desleal para nuestro campesinado. Tercero, favorecer el diálogo con otros agentes del comercio de alimentos del entorno. Como se ha demostrado en Vitoria y Oviedo, las sinergias con el mercado municipal o los comercios del barrio son positivas para todos. Y, por último, los ayuntamientos deben difundir y promover los valores que ofrece un mercado campesino.
Como explica el sociólogoJosé Ramón Mauleón,contar con un mercado tradicional campesino, una o dos veces por semana, en un barrio de Barcelona o en un pueblo de montaña «es mucho más que una apuesta por un formato comercial». Estos mercados se insertan como una pieza fundamental en el ya conocido planteamiento político de la soberanía alimentaria, que defiende una agricultura alejada de industrias intensivas que no generan empleo y maltratan el planeta -desligada de mercados con suelo de parquet donde los alimentos son simples valores de cotización, y la tierra, sustrato de especulación- y cercana a las personas y al planeta del que formamos parte. Coordinador de la revista Soberanía
Alimentaria, Biodiversidad y Culturas.
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