El mercado ¿libre? de las ideas

Los jueces están aplicando los límites a la libertad de expresión de forma tan rigurosa y contradictoria que se producen absurdos incomprensibles

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GERMÁN M. TERUEL

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La alegoría del libre mercado de las ideas fue formulada en un célebre voto disidente por el juez Oliver Wendell Holmes en el asunto 'Abrams V. United States', resuelto por el Tribunal Supremo norteamericano en el año 1919, y todavía hoy se reconoce como uno de los argumentos que sirven para justificar la libertad de expresión. Sin embargo, esta imagen es radicalmente opuesta a la que parece instaurarse en nuestro país, donde, con sentencias como la reciente condena del Tribunal Supremo al cantante de Def con dos o con leyes como la de Seguridad ciudadana, nos encontramos con un mercado "amordazado" de las ideas.

Los medios de comunicación se han venido haciendo eco de los casos más sonados, pero no son los únicos. Solo en el 2016, la Audiencia Nacional sentenció más de una treintena de asuntos por el delito de enaltecimiento del terrorismo. El problema no es que se castigue a quien abusa en el ejercicio de su libertad de expresión: a quien insulta o a quien provoca peligrosamente. Lo que alarma es que no se sabe con claridad dónde están los límites, de forma que estos se están aplicando por los jueces de manera tan rigurosa y contradictoria que se producen absurdos incomprensibles democráticamente como las sanciones a cantantes provocadorescantantes provocadores o a jóvenes tuiteros de mal gusto. 

La causa principal de ello es que el legislador, en los últimos años, se ha empeñado en endurecer normas que sancionan conductas en la frontera con el ejercicio de libertades públicas. Así ha ocurrido con la reforma del código penal del 2015 o con la popularmente denominada ley mordaza. Unas normas que se caracterizan por su vaguedad y su imprecisión y por la gravedad de sus sanciones.

EFECTO DISUASORIO

La consecuencia es preocupante ya que, ante tanta inseguridad, se genera un indudable "efecto disuasorio" a los ciudadanos, que no saben si lo que están haciendo está prohibido o es ejercicio legítimo de una libertad fundamental. Es cierto que esta inquietud la tendrán quienes juegan precisamente "al fuera de juego", en ese territorio gris de quien quiere provocar. Pero es que es precisamente a favor de estas personas para quienes tiene más sentido reconocer las libertades públicas. Para ser políticamente correcto no hace falta afirmar constitucionalmente la libertad de expresión en la medida que nadie va a querer castigarlo.

Sin embargo, en lugar de confiar en que la propia sociedad va a responder desechando o ignorando a los provocadores de mal gusto, y en lugar de dejar al Derecho (sobre todo, al Derecho penal) para que actúe en los casos más graves, aquellos auténticamente ofensivos; la tendencia actual parece decantarse por mantener un Estado 'barrendero', encargado de limpiar de basura las redes sociales o las calles o, aún peor, un Estado 'censor' que amordaza a sus ciudadanos para que se mantengan sumisos y se lo piensen dos veces antes de alzar la voz y ejercer aquella que Kant reconocía como una de las libertades más sagradas, la libertad de pluma.