Mensaje equivocado en la guerra de Siria

Marc Marginedas

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Una tras una, las caretas van cayendo en la guerra de Siria. Rusia anuncia el envío al régimen de Asad de baterías de misiles tierra-aire S-300, que incrementarán sustancialmente la capacidad de Damasco de oponerse a una intervención militar; Israel amenaza con acciones no especificadas en el caso de que dichas entregas se hagan efectivas; la UE da libertad a los estados miembros para armar a los rebeldes sirios a partir de agosto. Una escalada verbal precisamente en un momento en que se intenta sentar a negociar a todas las partes en disputa.

Que poco antes de una conferencia de paz se enseñen los dientes los padrinos de cada uno de los bandos en disputa en una de las guerras más sañudas de los últimos tiempos no parece ser la más deseable de las estrategias. Se trata de enemigos casi irreconciliables que, tras dos años y pico de combates, decenas de miles de muertos, excesos y atrocidades, se odian hasta la saciedad. El mensaje que se les transmite es el contrario al deseado: el apoyo continuará, pese a quien pese, caiga quien caiga.

Una vez más, priman los intereses particulares y los análisis simplistas sobre lo importante: la necesidad de poner fin a la barbarie: Rusia es, como decía Gary Kaspárov en una entrevista reciente, un estado mafioso que solo busca protegerse a sí misma apuntalando a regímenes de talante similar; Israel, responsable de incontables violaciones del derecho internacional humanitario en la ocupación de los territorios palestinos, parece seguir la consigna de que cuanto peor le vaya al vecino de al lado, mejor para él. Y nadie sabe cómo la UE podrá garantizar que las armas enviadas a los rebeldes no caigan "en las manos equivocadas" si no está dispuesta, como mínimo, a enviar observadores sobre el terreno.