Pequeño observatorio

Memoria de aquel servicio

JOSEP MARIA ESPINÀS

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Un amigo me ha dicho que hace 10 años que se suprimió el servicio militar obligatorio. ¿Solo 10 años? En cualquier caso, la supresión fue una revolución; no bélica, sino familiar y social. Hacer el servicio militar era una extraña forma de emancipación de la familia.

La mayoría de chicos que iban a vivir -una temporada muy larga- fuera de casa tenían unos 20 años y la gran mayoría se alejaban de los padres, de los hermanos y de los amigos por primera vez. A menudo, también de la novia. Aquello era, a veces, una aventura. A veces, un duro golpe, sobre todo en el mundo rural. Yo viví a disgusto, pero sin dramatismo, esta expatriación. Como estudiante de Derecho, me correspondió incorporarme a las llamadas milicias universitarias. Se decía que gracias al servicio militar los chicos dejaban de estar demasiado enganchados a la familia. Hablo de hace años, claro. Hoy en día, muchos chicos ya viajan solos, o en grupo, sin tener que vestirse de caqui.

La mili de antes era un tipo de revelación de la existencia de un más allá del pueblo. Siempre recordaré al recluta andaluz que, destinado en Manresa, fue un fin de semana a Barcelona y, cuando volvió, le pregunté qué le había parecido. Puso los ojos en blanco y me dijo, como si estuviera en tránsito: «¡Un sueño!».

Francamente, no sé qué utilidad tenía el servicio militar. Aprendimos a formar militarmente, sí. Y la teoría de disparar con un fusil. Y digoteoría porque no teníamos balas, que yo recuerde. Pero me contaron, cuando estaba en el campamento del Montseny, que una vez alguien disparó un mortero y el obús había ido a parar a Viladrau, con gran sorpresa para los veraneantes.

Ahora cuesta imaginar que pareciera normal una pérdida de tiempo tan larga; tanta energía inútilmente gastada. Eso sí, quizá era útil entrenarse en la disciplina de tener que levantarse a una hora concreta, como inútil era ir arriba y abajo con un fusil descargado al hombro.

Eso se acabó un día. El Ejército tenía que ser profesional; es decir, tenía que cobrar. Y tenía que saber, supongo, algo más que marcar el paso. La tecnología entró en juego. Hombre, sí, un día, el 23 de febrero de 1981, hubo uno que quiso jugar a soldados. Pero la gente se ha acostumbrado a divertirse de otra forma, y no hace falta el servicio militar para espabilar a los chicos. Ya salen de casa -hacia los locales nocturnos- o de los intercambios informáticos bastante espabilados.