La gala de los Oscar

El mejor domingo del año

Detestamos a los estadounidenses por superficiales, pero los adoramosa por lo bien que nos entretienen

Vista general del Dolby Theatre de Hollywood.

Vista general del Dolby Theatre de Hollywood. / periodico

IMMA SUST

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Estoy escribiendo mi artículo durante el mejor domingo del año: la noche de la ceremonia de los Oscar. No recuerdo a qué edad empecé la tradición de ver la gala en directo, pero sé que era muy joven. En aquellos tiempos, el 'show' empezaba con la búsqueda de algún lugar donde poder verlo. De mayor, es tan fácil como robarle la contraseña de Movistar plus a mi santo padre. Una vez comprobado el ordenador y visto que todo funciona a la perfección, empiezan las tres normas de oro impuestas por mí. Primera norma: haber visto todas las películas nominadas. Segunda norma: aguantar despierta hasta el final. Tercera norma: mantener la calma y no cabrearme.

Sin haber visto la gala todavía (cuando escribo estas líneas son las 11 de la noche del domingo 4 de marzo) os puedo explicar exactamente todo lo que va a pasar y cómo me voy a sentir. Aplaudiré con ese plano general maravilloso del Dolby Theatre . Luego me voy a reír con el brillante monólogo inicial donde seguro meten caña a Trump. Me voy a emocionar con algún número musical de esos tan espectaculares que hacen siempre, sin sentir ni una pizca de vergüenza ajena como pasa con otras galas estatales.

También me voy a quedar dormida con alguna canción coñazo y me voy a perder un par de premios. Seguro que también aparecerá una vieja gloria como el año en que nos sorprendió, para mí el mejor 'gag' de la historia de los Oscar, Blake Edwards con una silla de ruedas a toda pastilla. También espero discursos memorables, este año seguro que muy feministas. Y aparecerá la rabia cuando no gane la actriz que yo quería o la película por la que había apostado.

Me cabrearé también con los comentaristas de televisión que no aportan casi nada y solo hablan para rellenar las pausas de publicidad. Al día siguiente con unas ojeras que me llegan al suelo, me prometo a mí misma que es el último año que pierdo la noche viendo la gala de los Oscar. El cabreo dura unos 15 días. Es lo que pasa un poco con los americanos en general. Los detestamos por superficiales, hipócritas y vanidosos, pero los adoramos por lo bien que nos entretienen. ¡Larga vida a los Oscar!

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