análisis

La matriushka de las pensiones

Concentración de pensionistas ante la catedral de Barcelona, el lunes.

Concentración de pensionistas ante la catedral de Barcelona, el lunes.

Josep Lladós

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La provisión pública de pensiones responde a un pacto intergeneracional construido en un sistema de reparto: las pensiones se financian con las cotizaciones aportadas por los afiliados del momento. El factor demográfico, un elemento determinante del gasto, se ha convertido en quien paga los platos rotos que ha tocado a rebato y justificado un vigoroso afán reformador. El escenario demográfico nos es desfavorable por razón de nuestro particular baby boom de los sesenta y las proyecciones apuntan que, en poco más de 20 años, una cuarta parte de la población superará la edad de jubilación.

Ese es un argumento suficiente para emprender mejoras que garanticen el equilibrio futuro del sistema. La arquitectura de las reformas del 2011 y el 2013 dirigió toda la atención al ámbito del gasto y apuntaló la viabilidad sobre dos pilares fundamentales: las pensiones futuras no tendrían que ser tan elevadas ni tan expansiva la evolución de las pensiones existentes. El objetivo final fue garantizar el equilibrio en el punto álgido del acceso a la jubilación de los babyboomers y estabilizar su evolución con relación al PIB.

La sostenibilidad se logrará, pero al coste de una prestación mucho menos generosa: en 2050 la pensión mediana será un 30 % inferior al escenario previo a las reformas. En el momento de la jubilación, la pensión inicial ya no representará el 80-85 % del último sueldo percibido sino solo un 55-60 %. El sudoku de las pensiones transmuta, pues, hacia un juego de muñecas rusas. Como la matriushka, cada año que nuevos pensionistas ingresen en el sistema obtendrán una jubilación más exigua cuando la comparen con la remuneración laboral percibida.

La conciencia social repentinamente desvelada ignora que le pilló el toro. El embrollo presente resulta de la incapacidad política para gestionar el periodo transitorio hasta que las reformas se dejen sentir en toda su plenitud. Así, el fondo de reserva de la Seguridad Social pasa a mejor vida en época de bonanza laboral, a pesar de que el aumento de la afiliación compensa el crecimiento del número y valor de las pensiones, porque la cotización media se despeña por el precipicio. Abandonan el sistema trabajadores que, al final de su vida laboral, contribuían con cotizaciones elevadas mientras los nuevos afiliados aportan muy poco, por razón de los bajos salarios percibidos y las bonificaciones a la contratación. Reforma laboral y ocupación poco productiva lesionan el equilibrio del sistema.

Mientras, va hirviendo la marmita de la poción mágica de las pensiones privadas. Pero se hace tarde con la generación de los 60, los planes de empresa son escasos, los incentivos fiscales limitados, la capacidad de ahorro no mejora sin aumentos salariales y sobrecargamos las cotizaciones. Es el momento de reconocer el carácter redistributivo de todas las prestaciones no contributivas y acoger su financiación mediante impuestos. Y no nos engañemos, son las estrategias de optimización fiscal de grandes fortunas y multinacionales y las bolsas de fraude fiscal ocultas la amenaza más grande para el empequeñecido Estado del bienestar.