El segundo sexo

Un matiz semántico

Sigue vigente esa gran mentira sobre las mujeres: cuando dicen que no, es que quieren decir sí

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NAJAT EL HACHMI

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Las madres, las abuelas, han avisado siempre a sus hijas. De pie en el umbral de la puerta, se despedían de las chicas con una retahíla de advertencias: no vayas sola, nunca por sitios poco transitados... A algunas madres les gustaría aconsejarles que griten lo más fuerte que puedan si se les acerca un extraño. Pero no dicen nada porque no quieren aguarle la fiesta a la chica. Ella sale como desoyendo a las madres, las abuelas. Vivimos en otro siglo, se dice a sí misma, tenemos tanto derecho como ellos a estar en la calle. Se lo repite a menudo, que no va a ceder ni un centímetro del espacio público que le toca solo porque es más vulnerable, más débil, más pequeña, más lo que sea. Tiene derecho a la fiesta. Tanto como ellos.

Una proclama que a veces ni sabe que es puro feminismo, que no es solo una rebelión contra la desmesurada angustia de las abuelas, de las madres. Se va la chica haciendo como que lo que le han dicho le ha entrado por un oído y le ha salido por el otro pero andando sola por las calles oscuras y poco transitadas se escuchan los pasos, se escucha el latido del corazón, se escuchan los murmullos más profundos del cuerpo y quisiera poder distinguir los propios ruidos de los que tiene alrededor. Puede que se recrimine que las advertencias de las madres, de las abuelas, se le hayan metido dentro más de lo que pensaba, pero no es eso. Lo que le pasa es que es una mujer sola en medio de la calle, de noche y el instinto, esa forma de conocimiento que no se sabe de dónde surge, la avisa. Le agudiza los sentidos como les ocurre a los animales que son presa de los depredadores. La atención, el oído y el olfato, también la vista, se afilan.

GRABACIÓN CON EL MÓVIL

La chica que fue violada en los pasados Sanfermines debió escuchar también sus pasos después de perder al amigo con el que había ido a Pamplona, cuando se dirigía al coche en el que tenía previsto pasar la noche. Se le debieron afilar los sentidos cuando los cinco depredadores se le acercaron. Resonaban todavía en la ciudad las gritos contra las agresiones sexuales, no sabemos si a los cinco violadores el tema les decía algo. El caso es que, con el coraje de los cobardes, el que da ir en grupo y borrachos, cinco hombres corpulentos se abalanzaron sobre la joven que apenas ha salido de la adolescencia. El juez del caso lo dejó claro en su comunicado: se aprovecharon de que eran más en número y de su superioridad física. No en vano, uno de ellos acababa de graduarse en la academia de la Guardia Civil, una instrucción que esperemos no le sirva nunca de nada.

Qué muestra de virilidad, la suya, cinco enormes con una pequeña. No nos cuesta mucho imaginar a estos especímenes. Tenemos muchos ejemplos en el día a día aunque no lleguen a la violación física. Son el tipo de hombres que, solos, no irían ni a comprar el pan a la esquina, pero con una niña se ve que les sale el macho que tiene tan bien escondido.

GRABACIÓN CON EL MÓVIL

Pero no tuvieron bastante los violadores con consumar su acto de terror. Para vejar aún más a la víctima, para demostrar su poder y dejar constancia de su heroicidad, tuvieron que grabarla con el móvil. Cuando lo leía pensaba: ¿Qué tipo de persona hace algo así? ¿Qué le pasa por la cabeza si es que por la cabeza les pasaba algo que pueda ser considerado signo de inteligencia? ¿En qué cultura viven los individuos de este tipo? Porque su cultura, no nos engañemos, los acompaña y los ampara, una cultura hecha de un machismo reaccionario, primitivo, alimentado por material de ocio lleno de violencia y esa otra violencia contra las mujeres llamada pornografía. La educación sexual de los hombres jóvenes hoy se basa en el acceso a ingentes toneladas de pornografía en las que las mujeres son humilladas, forzadas, violadas en grupo. Simples objetos del placer masculino. El deseo de ellas, en el porno, no lo busquéis.

El caso es que esos cinco primeros violadores de los Sanfermines, porque hubo más a lo largo de la fiesta, ni siquiera quedaron satisfechos con violar y grabar, como buenos machos tenían que publicitar su hazaña. En su grupo de WhatsApp llamado 'Manada' y para informar a los que no estaban, pusieron: «Follándonos a una entre cinco».

Frase terrible, violenta, porque convierte la compañía en objeto de un verbo puramente reflexivo, no follas con nadie, te follas a alguien. Pero sobretodo por la falta de una distinción semántica fundamental, la que separa follar de violar. Que la joven no diera su consentimiento ni expresara deseo alguno de ser follada era un detalle menor para los psicópatas. Sigue vigente esa gran mentira sobre las mujeres: cuando dicen que no, quieren decir sí. Más terrible aún fue la respuesta de uno de los ausentes, «os envidio, cabrones». Cosa que deja claro que este machismo reaccionario y salvaje es toda una cultura.