La rueda

Mataviejos y mataniños, a juicio

NAJAT EL HACHMI

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Joan Vila, el macabro celador de Olot, ha sido condenado a 127 años y medio de prisión. Se ha demostrado que este ángel de la muerte no es más que un asesino en serie que no actuaba movido por su misericordia y compasión, sino por el deseo de poner fin a la vida de otros. A los asesinos siempre los escuchamos, les damos un protagonismo inmerecido a través de la cámara y el micro que capta cada gesto al milímetro, quizá para tratar de entenderlos.Joan Vilano parece disfrutar de esta atención, no parece que se sienta cómodo como José Bretón, el todavía presunto criminal que estos días ocupa y consume un ingente espacio en los medios de comunicación.

¿En qué se diferencian los dos casos? ¿Qué fibras tocan uno y otro en la opinión pública? Ambos decidieron acabar con la vida de otras personas por motivos muy diferentes. Uno para vengarse de su exmujer, para someterla al mayor sufrimiento al que se puede someter una madre y el otro para avanzar un acontecimiento que debía tener lugar en un futuro muy inmediato, el de la muerte de los viejos. El padre que mata a sus criaturas nos provoca indignación, rabia, incredulidad, estupefacción ante tales niveles de maldad humana y ¿Joan Vila, también, no? ¿O no tanto? Al fin y al cabo los niños tenían «toda la vida por delante» y las víctimas de Olot tenían menos camino por recorrer. ¿Cuánta gente tiene asumida la idea de que a partir de cierta edad se vive en prórroga? ¿No hemos oído decir en los últimos tiempos que nuestra esperanza de vida es demasiado larga? Y es que matar, lo que es matar viejos lo hacen solo los asesinos, pero todos sabemos de personas mayores a las que se ha dejado morir de alguna manera. Creer que ya han vivido lo suficiente es, por ejemplo, una forma de acortarles la vida.