50 y más sombras de Alcina

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ROSA MASSAGUÉ

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Sobre el papel, la ópera 'Alcina', de Georg Friedrich Händel, reunía todas las características para ser el espectáculo más logrado de la edición de este año del Festival de Aix en Provence. Lo prometía el título, uno de los más ricos del compositor. Lo prometía un reparto en el que figuran tres grandes voces que dominan el repertorio barroco como son Patricia Petibon, Philippe Jaroussky y Anna Prohaska. Lo prometía la presencia en el foso de la Freiburger Barockorchester con Andrea Marcon al frente. Y lo prometía la puesta en escena de Katie Mitchell. Y todas las promesas han sido cumplidas con creces.

'Alcina' es una de las cinco óperas mágicas que compuso Händel. Lo hizo inspirándose en el 'Orlando Furioso', de Ludovico Ariosto, quien a su vez había bebido del episodio de la 'Odisea' de Homero en el que Circe atrae a Ulises.

Alcina, la protagonista, es una hechicera que, con la ayuda de su hermana Morgana, seduce a los hombres en su isla fantástica. Los usa, pero no los tira. Los recicla directamente convirtiéndolos en animales o plantas. Con una excepción, la del hombre del que realmente se enamora que es Ruggiero, solo que el caballero está casado con Bradamante. La esposa no se va a dejar arrebatar el marido por muchos bebedizos y ensalmos al que la maga le haya sometido y se dispone a correr todos los riesgos y utilizar todos los trucos a su alcance, como el disfraz de hombre, para recuperarlo y hacerle entrar en la razón doméstica.

Katie Mitchell es la directora de escena de propuestas tan aclamadas como la de 'Written on skin', la ópera de George Benjamin (que oiremos pero no veremos la próxima temporada en el Liceu), o la menos célebre 'The house taken over'. En ambas la acción transcurre en el interior de una casa. Aquí la isla encantada de Alcina también es una casa, pero es una casa muy particular porque las dos personas que viven en ella, Alcina y Morgana, son dos magas viejas y feas a las que un brebaje transforma en jóvenes hermosas y ardientes, objeto del deseo de los hombres.

Para explicar esta transición, la casa que idea Mitchell tiene dos partes bien diferenciadas. De una parte, un salón dominado por una cama en el mejor estilo 'boudoir', ricamente decorado. A ambos lados del salón están las habitaciones lúgubres y decrépitas donde las dos mujeres aparecen como Mitchell realmente  las imagina, con las arrugas y el cansancio de la vejez. En todo el piso superior está el laboratorio de taxidermia donde los amantes usados son convertidos en animales.

La cama es, naturalmente, el lugar de seducción donde ambas mujeres practican sus artes amatorias con una más que notable inclinación por el sadomasoquismo por parte de Morgana. Por ejemplo, atada a la cama, la hermana de Alcina acompaña el ritmo de su primera aria, 'O s'apre al riso', con la excitación sexual que le produce la caricia de un plumero que Bradamante en su disfraz masculino se ve obligada a deslizar por todo el cuerpo de la hechicera.

Dicho así, puede sonar vulgar, pero la verdad es que no lo es. Mitchell insiste en el juego erótico pero sin caer en la chabacanería o la simpleza. Son mujeres que han tenido numerosas experiencias sexuales, pero no han conocido el amor. Y cuando Alcina lo descubre todo adquiere tintes dramáticos al no conseguir retener al hombre que ama.

En el más puro estilo de la maquinaria teatral barroca, la directora de escena ha ideado la presencia de unas puertas mágicas. Tras cruzar el umbral desde el salón hacia sus aposentos, Alcina y Morgana aparecen en su aspecto de viejas y viceversa con una sincronía perfecta entre las cantantes y las actrices que las doblan como ancianas. Aquí merece una mención el decorado lleno de detalles y de una gran eficacia creado por Chloe Lamford.

En esta 'Alcina' el 'lieto fine', el final feliz, solo es aparente. Antes de que baje el telón el amago de una discusión entre la pareja formada por Ruggiero y Bradamente ya empieza a hacer realidad el anuncio que poco antes una Alcina despechada --y en este caso embarazada-- les había hecho de angustias y penalidades.

Patricia Petibon está en un momento excelente de su carrera y lo demostró en Aix con su Alcina muy humana y con un dominio perfecto de las agilidades que Händel impone. Su 'Ah mio cor', con unas pausas muy bien dosificadas dramáticamente, era realmente emocionante. La también soprano Anna Prohaska (Morgana)  cantó su papel con mucha virtuosismo. Ante estas dos sopranos, Philippe Jaroussky quedó un poco apagado. Su canto fue perfecto, especialmente en 'Verdi prati', pero le faltaba una buena dosis de fuerza dramática.

Quien, por el contrario, la tenía a raudales, era Katarina Bradic en el papel de Bradamante, con unos graves que parecían de terciopelo. Completan el reparto Anthony Gregory (Oronte),  Krzysztof Baczyh (Melisso) y Elias Mädler (Oberto), el niño que busca a su padre desparecido debido a las malas artes de las hechiceras.

Andrea Marcon sacó todo lo mejor --que es muchísimo-- de la Freiburger Barockorchester, mientras que las pocas partes corales fueron interpretadas por MusicAeterna, el coro de la ópera de Perm. Esta es una 'Alcina' en la que todo funciona como una máquina bien engrasada, en la que la ópera se hace pura magia musical y escénica.