Análisis

Más que un Sis d'Octubre

Las aspiraciones del catalanismo ni se han satisfecho jamás con pactos con el Estado ni se han frenado nunca sin el uso de la fuerza

XAVIER BRU DE SALA

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Más que el famoso 6-O de 1934 que llevó al Gobierno catalán a prisión, el 1-O recuerda, salvadas las distancias, los hechos de Prats de Molló de 1926. Fueron una formidable operación de propaganda que internacionalizó el conflicto catalán, elevó al excoronel Macià a la categoría de figura europea y finalmente lo condujo no solo a la presidencia de la Generalitat sino a convertirse en el mito más querido del catalanismo. La proclamación independentista de Companys tenía un componente español de confrontación derecha-izquierda de primera magnitud. En cambio, el intento anterior de Macià perseguía, como Puigdemont, el Estado catalán.

Igual que Francesc Macià, son de orden los dirigentes que ahora desafían no solo el ordenamiento jurídico sino la propia estructura del Estado. Gente de orden, pero dispuesta a llegar hasta el final. En este sentido, la otra parte del conflicto, el Estado, sus defensores y sus beneficiarios, parten de la creencia, completamente errónea, de que el catalán se arruga. Ya Maura decía de los que preparaban la exitosa –y efímera– Solidaritat Catalana que eran un «montón» (un «montón» que obtuvo el 67% de los votos y 41 diputados de 44). De ahí, el reiterado 'a por ellos, que son pocos y son cobardes'. Lo cierto es que las aspiraciones del catalanismo ni se han satisfecho jamás a través de pactos con el poder del Estado ni se han frenado nunca sin el uso de la fuerza. A menudo, de mucha fuerza. El catalán no se arruga sino que es comprimido, pero cada vez que se afloja la presión salta como un muelle. Siempre, y siempre es siempre.

El 1-O no es una anécdota

Si el mecanismo de fondo es idéntico, y el lector lo encontrará perfectamente descrito en el capítulo quinto de 'El Príncipe' de Maquiavelo, que solo tiene una página, las formas de la confrontación varían. Hace 90 años podían parecer militares, y hoy jurídicas. Hace 90 años, las posibilidades de victoria eran más que remotas, pero a continuación los fracasados se hicieron los dueños de Catalunya por voluntad popular. Observado, pues, con perspectiva histórica, el 1-O no es una anécdota, y es muy difícil que se pueda detener con la ley y solo con la ley, aunque, evidentemente, esté de parte del Estado a ojos de todo el mundo menos de los independentistas. El Gobierno central y los partidos que lo apoyan sin fisuras contra el 1-O, que suman más de 250 diputados entre 350, comparten otra idea probablemente equivocada, derivada de la primera: el descenso del suflé. El Estado ganará la batalla contra las urnas sin pasarse de la raya jurídica. A continuación el independentismo quedará jibarizado hasta proporciones manejables y dejará de ser un peligro. Quizá sí, pero si la teoría del muelle no falla, el salto siguiente puede ser el definitivo.

Mientras tanto, el 1-O ha ganado de manera contundente en el frente de la propaganda. El mundo vuelve a saber que persiste el problema catalán y que España, a diferencia de Canadá o el Reino Unido, presenta unas extrañas y poco homologables dificultades para encauzar el conflicto con sus secesionistas.