Una clave para el análisis de la realidad

Más en menos

En la sociedad actual este concepto es útli para lograr la máxima unidad y cohesión en la convivencia

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NÚRIA ICETA

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Hace bastantes años un cura vasco, buen amigo, alto, fornido y de voz dulce, me explicó su concepto de "más en menos". Él hablaba a propósito de la necesidad de centrarnos en lo que constituye el núcleo de la fe cristiana y la exigencia moral con respecto a los valores de la justicia y de la fraternidad. Pero desde entonces intento extenderlo a otros ámbitos de mi vida. En realidad, y tal vez sin su permiso, yo lo he adoptado como guía de lo que es para mí ir a la esencia de las cosas, intentar creer más en menos cosas, en un mundo en el que si te descuidas puedes dejarte arrastrar por la corriente de moda más absurda o incluso optar por no creer en nada, con la excusa de que todo es muy complicado, que lo es.

La clave está, por supuesto, en acertar al máximo en las opciones que uno hace. A riesgo de parecer un poco naif, me gusta pensar que puedo estar abierta a mil ideas, a mil propuestas, precisamente porque mis fundamentos, mis convicciones, son pocas, pero fuertes. Hay una frase de Anna Murià que he hecho mía: "El odio nace en el que tiene razón, el amor en el que duda". ¿Cómo podemos amar si no estamos dispuestos a entender al otro? ¿Cómo podemos aprender del otro si no estamos dispuestos a escucharlo? Dudar es, pues, estar dispuesto a escuchar y cambiar de opinión en relación al otro, porque este contacto ha enriquecido mis opciones. El "más en menos" no lleva unos orejones de burro para no ver lo que pasa alrededor. Al contrario. Implica precisamente hacer un análisis de la realidad y de las propias capacidades para decidir en qué nos podemos implicar. 

En algún momento de todo lo que estamos viviendo habrá que sentarse y hablar

Máxima libertad y mínimas convicciones

El "más en menos" de las sociedades del siglo XXI (y el tiempo pasa volando) debe dar máxima libertad a las partes, manteniendo unas convicciones mínimas muy fuertes sobre lo que nos hace ser miembros de una comunidad determinada: una familia, una empresa, una ciudad, un país... Creo que es útil para garantizar la máxima unidad (que no significa uniformidad) y la máxima cohesión (que no significa seguidismo de las élites políticas o las hegemonías comunicativas) en la convivencia.

Nos lo preguntábamos con dolor tras los <strong>atentados del 17 de agosto</strong>. "¿Cómo puede ser?" Nos repetíamos. No podíamos entender que unos chicos jóvenes, aparentemente integrados en sus comunidades, hubieran vivido un proceso tan rápido y alienante, tan desconcertante para nosotros, de radicalización, de fanatismo, de sinrazón. La voz rota, la mirada perdida, el llanto sincero de maestros, familiares y vecinos no ha encontrado todavía demasiadas respuestas. Quizá las deberíamos encontrar en el símil de la telaraña. ¿Cómo nos situamos cada uno de nosotros en una red que tiene unos pocos núcleos fuertes y un hilo de seda largo y elástico que debe sostenernos a todos? 

Capacidades diversas y nuevos liderazgos

A veces lo pienso en el trabajo. Nos creemos que nuestra capacidad de trabajo ha aumentado a la misma velocidad que la transmisión de datos. Y no. Nuestra bandeja de entrada de correo se acerca cada día más a aquellos juegos de la máquina de monedas que van cayendo en cascada, interminables. Son nuestros ordenadores los que van más rápido, son las redes las que lo absorben todo sin discriminar. Nosotros no. Tenemos limitaciones cognitivas y también la obligación de saber hasta dónde podemos y queremos llegar. Querer abarcarlo todo nos está abocando a una permanente sensación de frustración, si se es responsable.

Lo vemos cada vez más en las organizaciones ciudadanas en red: nuevas jerarquías de personas y tareas están extendiéndose como una mancha de aceite para acoger capacidades diversas y nuevos liderazgos. ¿No habría aquí también una posibilidad para la economía redistributiva? Si todo el mundo hace suyo el "más en menos" el resultado es que se multiplica la capacidad de incidencia y se hace sitio a un mayor número de actores sobre la telaraña. Es la exigencia que formula también Mary Beard en 'La veu i el poder de les dones' (Arcadia, 2017) en cuanto al rol público de las mujeres. No se trata solo de que las mujeres ocupen sillas que hasta ahora han sido exclusivamente masculinas, que es solo un primer paso, sino que sepamos también mover estas sillas, que sepamos cambiar los modelos del poder, tradicionalmente masculinos, relacionados con el prestigio público y las estructuras verticales.

Es difícil no pensar todo estos días también en clave política. En cualquier proyecto de futuro, debemos ser capaces de dar la máxima libertad dentro del marco común que compartimos. Y en algún momento de todo lo que estamos viviendo habrá que sentarse y hablar, esta es una de las pocas convicciones que tengo, y modestamente creo que el "más en menos" sería de gran utilidad.