Beatificación del que fue arzobispo de San Salvador

Un mártir de la justicia

Los asesinos de monseñor Romero no soportaban su coherencia ética y su compromiso cívico

JUAN JOSÉ TAMAYO

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Desde su asesinato el 24 de marzo de 1980, la figura de Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, no ha cesado de crecer en todos los ámbitos: continental e intercontinental, nacional e internacional, y a todos los niveles: religioso y político, intercultural e interreligioso, teológico y moral. Un crecimiento que, tras décadas de dudas y vacilaciones por parte del Vaticano, alineado con los sectores eclesiásticos y políticos más conservadores de El Salvador, ha culminado con su beatificación, que ha tenido lugar en la ciudad de la que fue arzobispo el pasado 23 de mayo, por iniciativa del papa Francisco, que está en plena sintonía con el proyecto de monseñor Romero de crear una Iglesia de los pobres, libre de los poderes y liberadora de los excluidos, comprometida éticamente con la justicia y proféticamente denunciadora de la injusticia estructural.

Monseñor Romero es uno de los símbolos más luminosos del cristianismo liberador no solo de la Iglesia salvadoreña y latinoamericana, sino de la Iglesia universal. Es un referente para creyentes y no creyentes en la lucha por la justicia, para los políticos por su nueva manera de entender y de practicar la relación dialéctica entre el poder y la ciudadanía; para los dirigentes eclesiásticos por su correcta articulación entre espiritualidad y opción por los empobrecidos.

Fue ese modo de vivir y de actuar lo que le condujo al asesinato, reconocido como martirio desde el principio por el pueblo latinoamericano. Martirio que, como afirma Gustavo Gutiérrez, no buscó, sino que lo encontró al transitar por el camino de la fidelidad a Jesucristo liberador. Un martirio en un país católico, causado por -o al menos con la complicidad de- los propios católicos del Ejército, del Gobierno, de la oligarquía, de la Guardia Nacional, que no soportaban su ejemplaridad evangélicasu coherencia ética, su compromiso cívico por la justicia y la paz, para él inseparables, su trabajo por la reconciliación a través del diálogo y de la negociación, y no de la violencia.

Menos aún podían soportar la insobornabilidad de su palabra cada domingo en sus homilías, ejercicios prácticos de teología de la liberación y verdaderos sermones políticos con tonos cada vez más radicales de protesta, indignación, condena, resistencia y enfrentamiento directo con los poderes que asesinaban impunemente al pueblo.

Las denuncias de monseñor Romero no se quedaron en el ámbito local, sino que señalaron directamente al presidente de los Estados Unidos Jimmy Carter, a quien dirigió una carta en la que le expresaba su oposición y malestar por el anuncio de la ayuda militar y económica estadounidense al gobierno de El Salvador. Dicha ayuda, a su juicio, "en lugar de favorecer una mayor justicia y paz en El Salvador, agudiza sin duda la injusticia y la represión contra el pueblo organizado que muchas veces ha estado luchando por que se respeten sus derechos humanos más fundamentales". Por eso le pide a Carter que prohíba el apoyo militar al Gobierno salvadoreño y que "no intervenga directa o indirectamente con presiones militares, económicas, diplomáticas, etcétera, en determinar los destinos del pueblo salvadoreño".

EL AUTOR INTELECTUAL

Las diferentes comisiones de la verdad creadas para investigar el asesinato declararon autor intelectual de la muerte de monseñor Romero a Roberto D' Abuisson, que fuera director del servicio secreto militar salvadoreño, creador después de los escuadrones de la muerte y fundador del partido de extrema derecha ARENA, que gobernó en El Salvador durante veinte años. Sin embargo, nunca fue condenado. Todo lo contrario. Tras el asesinato de Romero, fue presidente de la Asamblea Constituyente y parlamentario de la Asamblea Nacional hasta 1992, año en que falleció y fue condecorado a título póstumo por Alfredo Cristiani, a quien había aupado a la presidencia de la República en 1989, año en que fueron asesinados seis jesuitas y dos mujeres en la UCA (Universidad Centroamericana José Simeón Cañas).

Siento desmentir a los teólogos del Vaticano que han declarado a monseñor Romero mártir por odio a la fe. No, no fue el odio a la fe lo que llevó a sus asesinos a matarlo mientras celebraba la eucaristía, sino su puesta en práctica del Sermón de la Montaña -carta magna del cristianismo-, que declara bienaventurados a los constructores de paz y a los perseguidos por causa de la justicia.

Este artículo quiere ser un ejercicio de memoria histórica de monseñor Romero, que, con solo su palabra y su testimonio, abrió nuevos caminos de liberación y reconciliación por el que han transitado muchos hombres y mujeres de bien en su país, en América Latina y en todo el mundo.