Partidismo y el futuro que palidece

El independentismo está cayendo, como tantas veces antes en la historia de Catalunya, en un grave pecado de fratricidio

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras durante la reunión del Govern

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras durante la reunión del Govern / periodico

MARÇAL SINTES

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Se votó finalmente el sábado la nueva secretaria nacional de l’Assemblea Nacional Catalana (ANC), tras un penoso episodio de luchas intestinas que, aunque se hayan convertido en evidentes en las últimas fechas, no son nada nuevo. Ya sucedió hace un año con la elección de Jordi Sànchez, y las refriegas han sido constantes desde entonces.

Por su parte, en setiembre concurría a las urnas la inédita Junts pel Sí, coalición sustentada sobre Convergència y ERC. El ejecutivo conjunto se puso a andar tras el impresentable veto de la CUP a Artur Mas, sustituido por Carles Puigdemont. Pese al talante y buenas intenciones del ‘president’, pese a la experiencia de los tripartitos, el gobierno no ha conseguido cohesionarse. Convergentes y republicanos –y los independientes próximos a unos y otros- se vigilan día y noche, hasta en los mínimos detalles, con un celo que mejor harían en aplicar a otros menesteres. Si uno coge la lupa, advierte enseguida que los codazos y las zancadillas son cotidianos. Allí donde hay algo que ganar, una migaja que disputar, allí se produce el forcejeo o el choque.

El último ejemplo de esta dinámica, muy aparatoso, ha sido la cuestión del IRPFIRPF. Sin consensuarlo con sus socios, Oriol Junqueras lanza la idea de bajar el impuesto a las rendas bajas y subirlo a las altas. ¿Por qué provoca ERC una lamentable desavenencia pública con CDC? Hay tres motivos posibles: por descarnado electoralismo; para complacer a la CUP, que Junqueras necesita para aprobar los presupuestos y que ejerce un inquietante magnetismo sobre los republicanos; o, tercero, para denostar veladamente a los anteriores gobiernos convergentes. Por supuesto, las tres cosas son compatibles.

Tenemos a las fuerzas que deberían construir la independencia, que deberían estar más unidas que nunca, peleándose. Pero no es lo peor. Porque la causa catalana se juega, fundamentalmente, en las ciudades, los pueblos, las calles, las plazas y los hogares. Y el gran vector de esa fuerza popular, la ANC, está hecha unos zorros. La culpa, del egoísmo partidista, las vanidades personales y también de los iluminados, quienes, en este tipo de circunstancias, resultan devastadores.

El independentismo está cayendo, como tantas veces antes en la historia de Catalunya, en un grave pecado de fratricidio cuando más necesaria es la concertación. El ciudadano lo percibe y siente hartazgo y alejamiento. Y se da cuenta, ante el triste espectáculo, que los que deberían liderar y dar ejemplo están pensando, en realidad, en sus carreras, en sus partidos, en sus votos… Que les obsesiona lo de siempre. Y el referéndum y la independencia, las ansias de libertad, que los políticos continúan voceando en público, empiezan a sonarle a retórica banal o a una cada día más vergonzante coartada. Y ve el futuro palidecer ante sus ojos.