Vino de mi cosecha

Maragall y la bicicleta

JOSEP M. FONALLERAS

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Hace dos años y medio,Albert Solé estrenó en al CCCB el documental Bucarest, la memòria perduda,un retrato personal, emotivo, sin complejos, desolador y tierno, sobre la figura de su padre y sobre el alzhéimer que le afectaba. En el acto de presentación, unMaragallafectado ya por la misma enfermedad, también tierno y sin complejos, dijo que era un privilegiado, «porque me ha cogido más tarde y en mejores manos». Luego terminó con un «¡Venceremos!», dispuesto como estaba a luchar contra el olvido, consciente de que un día la crueldad de la desaparición se debilitará. Ahora,Maragally su enfermedad tienen también un documental, firmado porCarles Bosch, en el que, según cuenta el director, no hay un homenaje, «sino un retrato», una película que quiere ser «divertida e interesante, útil», la conjunción que, para toda obra de arte, reclamaban los clásicos. Pero la diferencia entreMaragallySolé Tura es que el primero habrá podido ver la cinta con la claridad del conocimiento, mientras que el segundo ya no contaba con las herramientas para entenderla.

Debo hacerles una confesión personal. Como mucha otra gente, he vivido en carne propia la experiencia del alzhéimer. Y tengo amigos del alma que también lo padecen. No es necesario que les argumente que, en momentos como estos, más bien irrumple la desolación, la incapacidad de comprender, la soledad ante lo oscuro y desconocido. Recuerdo aún el test que una psicóloga me hizo como familiar. Una de las preguntas era esta: «¿Ha tenido alguna vez impulsos suicidas?». Me irrité como pocas veces. Se trataba de acumular información para poder redactar un artículo científico que describiera con un porcentaje frío el grado de posibles suicidas que la tensión de convivir con el alzhéimer generaba. Respondí que sí, lo cual era mentira, porque en el familiar, en general, se despierta un instinto de supervivencia colosal, hasta el límite, inaudito. Respondí que sí como si fuera una minúscula e inofensiva arma para luchar contra la indiferencia.

La manzana en el horno

Pese a todo, el humor existe y es un bálsamo. Un día, el amigo que les decía me dejó ver un ejercicio de adivinanzas donde había una que decía: «Es peludo y asoma por tu pijama de noche». Luchamos horas y horas con el acertijo, con distintas soluciones extravagantes e, incluso, pornográficas. Alguien nos dijo: «Son las zapatillas». Y no: era la cabeza. Aún hoy en día nos provoca risa, que es la medicina más eficaz que conozco, al final, contra la desgracia. Espero queBicicleta, Cullera, Poma, el documental deBosch, vaya por este camino. Como mínimo, el título es sensacional. Se refiere a una prueba para valorar si una persona puede tender al alzhéimer. Te dicen estas tres palabras y, al cabo de un rato, cuando el examinador lo decide, se trata de recordarlas. Yo, que soy un hipocondríaco, fui incapaz de retenerlas y me asusté. Hasta que entendí, como si fuera una iluminación, que la esencia del alzhéimer, la primera destrucción que provoca, es la pérdida de la conciencia de narración.

Nuestra vida reclama esta necesidad narrativa, es un caos que evoluciona por episodios. Entonces imaginé que iba en bicicleta, corriendo, para poder llegar a casa, abrir el cajón, sacar una cuchara y comerme la manzana que estaba en el horno. Y puede recordar la secuencia. Pensé que la película deCarles Bosch será similar a esta reconstrucción del relato.