dos miradas

La mano de la Iglesia

EMMA RIVEROLA

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Pasó el Papa por Santiago y Barcelona y, como señaló este diario el pasado domingo, el Pontífice no sintió la necesidad de abordar el tema de la pederastia, auténtico vía crucis al que sí se vio obligado a enfrentarse en los viajes al Reino Unido, Portugal, Chipre y Malta. La historia católica de España es incuestionable. Por razón estadística, la tasa de víctimas de abusos a manos de curas debe ser, como mínimo, similar a las de esos países, pero aquí solo hay unas pocas denuncias y ninguna asociación de víctimas. ¿Cuál es la razón del silencio?

Las dificultades que los afectados han de vencer deben de ser terribles. El horror y el vértigo de asomarse a una herida del pasado que quizá, peor o mejor, ha conseguido cerrarse. La vergüenza. Ese sentimiento irracional que lastra y roba voluntades. Vergüenza de la burla, de la incomprensión, del desprecio... Pero esos obstáculos han sido salvados en otros países. ¿Qué nos hace a nosotros diferentes?

Durante demasiados siglos, Iglesia y autoridad fueron conceptos indisolubles en España. Aún hoy, ciertos sectores de la jerarquía eclesiástica ostentan un gran poder. Poder económico, poder social, poder empresarial. Quizá una víctima pueda superar el miedo a enfrentarse con los fantasmas del pasado, pero es difícil que se arriesgue a sufrir un perjuicio profesional. La mano sigue siendo demasiado alargada.