Malos presagios en Israel

Carteles electorales de Netanyahu en la muralla de la Ciudad Vieja de Jerusalén.

Carteles electorales de Netanyahu en la muralla de la Ciudad Vieja de Jerusalén. / Ahikam Seri

MONTSERRAT RADIGALES

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Dos estudios de opinión recientes indican que dos tercios de los israelíes apoyarían un acuerdo de paz que estableciera un Estado palestino desmilitarizado basado en las fronteras de 1967, pero con intercambios territoriales y garantías de seguridad, y también un compromiso sobre Jerusalén. Sin embargo, todas las encuestas apuntan a que la coalición Likud-Beitenu, que lidera el primer ministro, Binyamin Netanyahu, ganará, aunque con una mayoría reducida, las elecciones del próximo martes, pese al marcado proceso de radicalización derechista de la formación, que ha eliminado de sus listas electorales a las voces más moderadas y centristas en favor de políticos extremistas opuestos a cualquier compromiso territorial. Si lo que vaticinan los sondeos se cumple, la coalición de Netanyahu obtendrá, sin embargo, menos escaños de los que sumaron en los comicios del 2009 el Likud e Israel Beitenu (el partido ultra de Avigdor Lieberman), que entonces concurrieron por separado.

También apuntan los sondeos a un alarmante ascenso de Habayit Hayehudi, un partido ultranacionalista con tintes religiosos que defiende la anexión de Cisjordania, liderado por el carismático ¿y no falta quien cree que muy peligroso-- Naftali Bennett, que antaño fue jefe de Gabinete de Netanyahu cuando éste estaba en la oposición y que, increíblemente, está haciendo perder al primer ministro votos por la derecha. Unos y otros son defensores acérrimos de los asentamientos.

O sea que, si lo que dicen los dos estudios antes citados es verdad y lo que indican las encuestas electorales también es verdad, un número considerable de israelíes votará por partidos que defienden un proyecto político e ideológico que teóricamente no comparten. Porque si no, ¿cómo cuadra lo uno con lo otro?

Hay algunos factores demográficos que explican en parte la derechización de Israel, como la llegada masiva a principios de los 90 de inmigrantes procedentes de Rusia y de las otras repúblicas de la antigua Unión Soviética, o el crecimiento demográfico de los ultraortodoxos y otros sectores religiosos, que suelen tener más hijos que el resto de la ciudadanía. Pero, sobre todo, lo que el panorama actual refleja es una profunda desconfianza de gran parte de la población acerca de cualquier perspectiva de paz. Y supone, sobre todo, el fracaso rotundo de la izquierda y el centroizquierda, fragmentado, falto de un liderazgo potente e incapaz de hacer frente común ante lo que ellos mismos perciben como un inminente desastre.

Algunos expertos señalan que esta desconfianza se sustenta en la decepción generada por experiencias anteriores. A los acuerdos de Oslo (1993) siguió el asesinato del entonces primer ministro, Yitzhak Rabin, por un ultranacionalista judío (1995) e, inmediatamente después, una serie de atentados suicidas palestinos que provocaron un vuelco electoral y dieron un inesperado triunfo en 1996 a Netanyahu, que obtuvo así su primer mandato y contribuyó en buena medida a destruir los citados acuerdos.

Al fracaso de las negociaciones de Camp David (2000) le siguió la segunda intifada, con la ola de atentados suicidas. La retirada (unilateral) de Gaza (2005) llevó al triunfo de Hamás y al lanzamiento de cohetes. El caso es que cada vez que ha habido un momento de esperanza, esta esperanza se ha truncado y ha dejado paso a la violencia. Muchos israelíes han dejado de creer que un acuerdo de paz y la retirada de Cisjordania supondrían realmente el fin del conflicto. Y el nuevo contexto de incertidumbre regional acentúa la paranoia.

La izquierda y el centro han sido incapaces de elaborar un discurso creíble que dé respuesta a esta realidad y ofrezca alternativas viables. Malos presagios para el futuro.