Obituario

Al maestro amigo

Bastenier fue sobre todo un periodista con una teoría muy fundamentada de la profesión, de qué exige y de cómo desempeñarla

Bastenier, en una imagen de archivo.

Bastenier, en una imagen de archivo. / periodico

ALBERT GARRIDO

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Conocí a Miguel Ángel Bastenier en la Escuela de Periodismo de la Iglesia: yo tenía 20 años y él se acercaba a los 30. Era un profesor de inglés muy divertido y un esclarecido maestro en muchas materias: sabía de relaciones internacionales tanto como de cine, de tenis tanto como de fútbol, de todo mucho y de nada poco. Luego fue mi primer compañero de mesa en la redacción del Diario de Barcelona y más tarde se cruzaron nuestros caminos en El Correo Catalán y en EL PERIÓDICO, y muchas veces en Barcelona y en Madrid, en su casa o en la mía, y de enviados especiales en un par de lugares. Muy pronto fuimos amigos y siempre aprendí de él hasta su columna última del lunes pasado. Ya nunca tendrá respuesta el mensaje que le mandé el miércoles para preguntarle cómo andaba de sus achaques.

POLEMISTA SIN TREGUA

Cuando le dio por la ironía, fue demoledor, pero cuando se trató de analizar el momento hiló siempre muy fino. Fue productor de sentencias chungas muy variadas, a uno de sus primeros directores lo llamó sistemáticamente "my editor" y fue un polemista sin tregua. Pero fue sobre todo un periodista con una teoría muy fundamentada de la profesión, de qué exige y de cómo desempeñarla. Por eso sigo recomendando a los estudiantes que lean El blanco móvil, que Miguel Ángel escribió a modo de herramienta multiuso para rescatar el periodismo de las frases hechas, los lugares comunes, las imprecisiones y otros males. La sección El español de todos, en El País, fue su continuación natural hasta el día 22.

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Decía Miguel Ángel, y lo tenía escrito, que el periodista es varias cosas al mismo tiempo sin ser por completo ninguna ellas: escritor, historiador del presente, analista político, sociólogo, economista de ocasión y algunas otras. Entendió siempre que en todo esto se podía transmutar solo mediante una curiosidad ilimitada, la suya, y muchas horas de redacción, las que él sumó durante tantos años. Estos fueron los dos requisitos del oficio que tuvo presentes todos los días dentro y fuera del mundo académico.

EL PRIVILEGIO DE LA CERCANÍA

Éramos los dos muy jóvenes cuando me dirigió la tesina de final de carrera. En uno de los primeros borradores describí a Henry Kissinger como "alguien sensible al misterio" --así se definía el interesado en una entrevista, creo recordar--, desconcertado por el significado de la existencia. Miguel Ángel se detuvo en el pasaje, y sin levantar la vista del texto mecanografiado dijo: "Yo también lo soy; tú dirás". Esas eran las sorpresas que regalaba Miguel Ángel a cuantos le tratamos y siempre le echaremos en falta, a cuantos en tantas ocasiones apreciamos su cercanía como un privilegio y una posibilidad segura de aprender.

Buena eternidad, amigo, maestro.

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