Madrid, zanjas y trincheras

Julio Rodríguez, junto a Pablo Iglesias

Julio Rodríguez, junto a Pablo Iglesias / vmo

José Luis Sastre

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Está Madrid levantada en obras y resulta imposible cruzar el centro, desde la Gran Vía hasta la calle de Atocha, sin percatarse del trueno de las taladradoras. Hacen falta planos para andar por las aceras y pegatinas para circular con el coche. Excavan las calles porque buscan votos, a pesar de que corren el riesgo de perderlos por lo que se alargan las molestias. Aunque así fuera, la alcaldesa Manuela Carmena quiso que de su mandato se vieran resultados en las calles, que es donde los alcaldes demuestran su paso por el mando: con buenas rotondas. En el caso de Madrid, el consistorio se propuso que las obras dejaran ver que, más allá de lo simbólico, tenía un proyecto real para la ciudad, una idea. Era la bandera para las elecciones a las que Carmena no se quería presentar hasta que anunció que se presentaría. No se trataba de las obras, sino de una idea de ciudad ajena a los intereses de partido. O eso se pretendía. 

En realidad, la alcaldesa se cuidó siempre de marcar distancias con Pablo Iglesias por mucho que ambos se necesitaran. Se convenció para ser de nuevo candidata a cambio de que pudiera disponer de la gente que la acompañaría en las listas y de que no le ocurriera como la primera vez, cuando compareció rodeada de desconocidos a los que otros habían puesto. La dirección de Podemos alega que todos tienen que pasar por unas primarias, que ya lo dicen los estatutos, pero obvia que había diseñado unas primarias al gusto que dejaban poco que elegir a los afiliados. De la misma manera, ahora pretendía imponer sus condiciones en las listas.

Lo vistan como lo vistan, se llame Carmena o se llame Iglesias, la disputa consiste en fijar las reglas para que después parezca que las ha fijado la militancia. Una batalla por el poder de las de toda la vida a unos meses de las elecciones municipales. Llevará poco tiempo Podemos, pero acumula tanta experiencia como los más veteranos en guerras cainitas, que no suelen ser ideológicas, claro. En ocasiones, como esta, apenas pueden disimular que la pugna se da por el reparto de los asientos.

El reto vuelve a ser para Iglesias, que proclamó tras la última batalla interna que no quería familias ni corrientes. Desde aquella segunda edición de la asamblea de Vistalegre - “unidad, unidad”, clamaban las bases-, el secretario general marchó sin contestación tras convertir a Errejón en su candidato para la comunidad de Madrid. Le ha estallado, sin embargo, una crisis en su ayuntamiento más sensible a través de un hombre de su confianza, el exJemad Julio Rodríguez, y su lugarteniente Ramón Espinar. Arde Madrid en un contexto que no le es propicio.

La anticapitalista Teresa Rodríguez aspira a la Junta de Andalucía con una candidatura que omite el nombre del partido mientras las encuestas para las generales apuntan a un estancamiento de Podemos ante el auge del PSOE. Problemas para la marca, que anteayer soñaba con el 'sorpasso'. Iglesias, que intenta a veces vestirse con el traje de vicepresidente, se encuentra la capital levantada en zanjas. De momento, aparta a los concejales 'díscolos' y deja a los suyos que se empleen con la taladradora, pese a que las trincheras más hondas luego son las peores de reparar.