La precariedad laboral

A mi madre, trabajadora sin derechos

Aún hoy recuerda cómo "la señora" rompió su acuerdo no escrito con una planta como regalo

nualart-18-7-2018

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Laura Pérez Castaño

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Me van a permitir que personalice en mi madre para hablar de muchas mujeres que aún hoy son trabajadoras de segunda, sin derechos laborales reconocidos y para ahondar en las dificultades que enfrentan y las consecuencias del empobrecimiento que viven durante su vida laboral pero también una vez llegado el momento de la jubilación.

A mi madre la despidieron en una ocasión, después de nueve años de trabajo, regalándole una planta. Sin derecho a finiquito, la empleadora a quien mi madre aún hoy recuerda como “la señora” decidió romper su acuerdo laboral no escrito con este simbólico obsequio. Cuando mi madre y mi tía (quien aún continúa como trabajadora doméstica pese a su delicado estado de salud) comparten sus experiencias dolorosas con sus empleadores siempre utilizan el término: “Señora” o “Señor”. Mientras que a ellas las han llamado por su nombre o con diminutivo. Puede parecer un simple detalle pero tras él se distingue claramente la intención de evidenciar una división de clase, de poner límites en una relación jerárquica desde la superioridad única y exclusivamente de criterios económicos.

Dos señoras valientes y luchadoras

Mi madre y mi tía son unas señoras. Creo que no hace falta que lo diga, pero lo quiero decir. Ellas son dos señoras valientes, luchadoras, que han hecho avanzar a esta sociedad consiguiendo desbloquear ciertos privilegios como el derecho a la educación en una sola generación. Con muchísimo esfuerzo y de manera invisible. Por eso hoy, este artículo, mis letras, mis conocimientos y mis logros en el gobierno de la ciudad de Barcelona son de ellas.

Mi madre empezó a trabajar muy joven. Obligada por la situación económica familiar a dejar los estudios primarios, llegó desde Badajoz primero a Madrid a cuidar de los hijos de familias adineradas, y luego a Barcelona a limpiar casas. Casas grandes, de esas enormes, a veces hasta obscenas, algunas con muchos cristales que abrillantar y donde el dinero entraba a raudales.

En algunos de esos palacios de las zonas altas de la ciudad, Mari Carmen Castaño, así se llama mi madre, ha tenido que escuchar frases tan humillantes como “usted es una mujer inculta; debería ver más el telediario para enterarse de las cosas”; “seguro que ha estado viendo la tele en lugar de hacer limpieza en profundidad”, o “si no le gustan las condiciones, puede buscarse otra casa”. También recuerda con cariño una familia que cubrió los gastos médicos de mi tía en una ocasión sin pensárselo dos veces. “Eran buenas personas. Tenían barcos, muchos coches y yo pasaba con ellos las vacaciones en su casa en LLafranc, antes de conocer a tu padre”, me explica ella.

No obtendrá
ninguna indemnización, como tampoco tuvo cubiertos los días que estuvo enferma o el permiso por maternidad

Sin derecho a vacaciones remuneradas, con un salario de miseria, trabajando un montón de horas, hoy sufre una enfermedad degenerativa en las manos causada por su trabajo que nunca será reconocida como la consecuencia del ejercicio de su ocupación. No obtendrá ninguna indemnización, como tampoco tuvo cubiertos los días que estuvo enferma o el permiso por maternidad. Tampoco recibirá ninguna pensión por tantos años trabajados sin cotizar.

Mujeres invisibles y precarias

Esta vez hablo de mi madre, pero como ella hay miles de trabajadoras aún hoy esperando la equiparación de derechos al régimen general de la Seguridad Social. Mujeres invisibles y precarias que pese a sus duras condiciones de vida han facilitado a mi generación el derecho a elegir quién ser, el derecho a tener voz. Por eso, tenemos la responsabilidad de utilizarla. Para denunciar los maltratos sufridos en el pasado y en el presente, las humillaciones inexcusables y exigir que dejen de ser las últimas y obtengan todos sus derechos laborales. Y finalmente que se reconozca la importancia de su trabajo desde el derecho, desde la sociedad y desde la política.

Por eso, hoy nos toca también hablar a las hijas de esas madres que se marcaron como objetivo ofrecernos, a cambio de su salud física y mental, la oportunidad de estudiar y de tener más libertad que ellas. De eso, tenemos que estar orgullosas y también sentirnos en deuda. Y luchar... no dejar de luchar para que se haga justicia con las mujeres de clase trabajadora, para que se completen sus derechos laborales y se las trate como las señoras que son.