El epílogo

Lula versus Zapatero

ENRIC HERNÀNDEZ

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Era otoño del 2003, aún reciente la toma de posesión deLuiz Inácio Lula da Silva. En Brasil nadie daba un real por él. La izquierda, que había encumbrado al líder sindical, lo acusaba de haber traicionado sus principios al echarse en brazos de los poderes económicos, autóctonos e internacionales; la oligarquía local, que lo percibía como su bestia negra, recelaba de las tentaciones populistas de aquel izquierdista barbudo y sin estudios, pese a sus cautelosos primeros pasos. Y Lula, con todo, no titubeaba: se dirigía a sus invitados (Aznar, en aquella ocasión) y a los periodistas con convicción, defendía sus ideas con firmeza. Para quien pudiera observarlo de cerca, era algo obvio: sabía lo que se llevaba entre manos.

El Brasil que heredó Lulaestaba endeudado hasta las cejas, padecía una inflación acumulada del 12,5% y tenía 50 millones de pobres de solemnidad, casi un tercio de la población. El flamante presidente pronto entendió que para combatir la desigualdad interna debía conquistar antes la confianza externa: aceleró el pago de la deuda al Fondo Monetario Internacional; logró así el aval para atraer a las multinacionales; lo que le permitió cimentar una clase media, alimentar a 40 millones de hambrientos y convertir Brasil en la gran potencia emergente del hemisferio. Ahora, con una envidiable popularidad, cede el testigo a su discípula, la victoriosaDilma Rousseff, llamada a prolongar su legado.

Zapateroaccedió a la presidencia solo un año después queLula. Usufructuario del poder por los dislates del aznarato, la economía le sonreía y la izquierda ronroneaba con sus carantoñas: la retirada de Irak, las bodas gais, la paridad, la memoria histórica... Hasta que la crisis arrasó con la falaz imagen de opulencia y eldiktat neoliberal impuso su ley.

El peso de la herencia

Zapaterodispone de un año para hacer lo que a Lulale ha tomado ocho: aparcar los dogmas partidistas, abrazar el pragmatismo en bien de la ciudadanía y, si no recobrar la confianza del electorado, sí lograr al menos que su herencia no pese como una losa a quien al fin haya de sucederle. Más vale que se dé prisa.