IDEAS
Héroes de otra época
Ramón de España
Periodista
Ramón de España
Recuerdo haber disfrutado en mi adolescencia de las aventuras de Valerian y Laureline en las páginas de la revista francesa 'Pilote', aunque tal vez no tanto como de las de otros pesos pesados de la publicación, Astérix, Michel Tanguy o el teniente Blueberry. Cuando me enteré de que Luc Besson pensaba adaptarlas al cine, me dirigí a él mentalmente: "¿Estás seguro, Luc? Piensa que lo que nos hacía felices a los de nuestra quinta puede traer sin cuidado a las nuevas generaciones. Acuérdate de Spielberg y su Tintín. Se suponía que la cosa iba a ser una trilogía y de la segunda y tercera entregas no se ha vuelto a saber nada. Los jóvenes no saben quién es Tintín y lo más probable es que nunca hayan oído hablar de Valerian y su ciencia-ficción humanista, un pelín de estar por casa, pero que a nosotros se nos antojaba muy resultona".
Mi pregunta no debió llegarle por vía telepática porque acaba de estrenar su adaptación del cómic de Mezieres y Christin y dice que ya tiene escrita la segunda entrega de la saga. Ojalá me equivoque, pero algo me dice que no va a ir ni Dios a ver la que ya es la película más cara en toda la historia del cine francés, a no ser que se haya convertido en una 'space opera' más que pueda ser comprendida y disfrutada por los fans de George Lucas. Por si acaso, me abstendré de verla y, en todo caso, desempolvaré el álbum 'El embajador de las sombras', en la que se inspira el largometraje según su autor.
¿Quién lee hoy día las aventuras de Blake y Mortimer? ¿Y las de Valerian?
Ya puestos, me viene a la cabeza el intento de Álex de la Iglesia de adaptar la obra maestra de Edgar P. Jacobs (amigo y colaborador de Hergé) 'La marca amarilla', que el hombre descubrió a principios de los 80 en la revista 'Cairo', donde la habíamos exhumado por consejo de Ignacio Vidal-Folch, encargándose un servidor de ustedes de la traducción. Álex dedicó tiempo y entusiasmo a un proyecto que nunca vio la luz porque no se materializó el dinero para plasmar en la gran pantalla un comic de los años 50, importantísimo para algunas generaciones -sobre todo en Francia y en Bélgica-, pero de muy difícil amortización. Álex pretendía compartir su entusiasmo con sus coetáneos, pero lo cierto es que la cosa solo era un capricho admirable, pero comercialmente suicida: fuera del ámbito franco-belga, ¿quién lee hoy día las aventuras de Blake y Mortimer? ¿Y las de Valerian?
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