ANÁLISIS

Los valores de la UE, en la UVI

ALBERT GARRIDO

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El alma cicatera de la Unión Europea se ha vuelto a manifestar a través de esa nueva moda de las confiscaciones o incautaciones de bienes de los emigrantes, esa desvergüenza que floreció en Dinamarca, pasó a Suiza -no es territorio de la UE, pero vale lo mismo-, anda por Alemania y nadie sabe qué otros territorios puede conquistar. Esa misma alma cicatera, unida a la desorientación de una opinión pública alarmada, da la impresión de haber neutralizado el efecto Aylan, la trágica imagen del cadáver de un niño en una playa de Turquía. Y una mezcla de cicatería, de sectarismo vergonzante, por no hablar lisa y llanamente de racismo, alienta detrás de la decisión de pintar de rojo las puertas de las casas de Middlesbrough (norte de Inglaterra) que albergan refugiados.

Hay en todo ello el desfallecimiento de valores íntimamente relacionados con la cultura democrática europea, que se supone inspira la articulación política del continente. Se supone y nada más porque ante la prueba de la crisis de los refugiados, los gobiernos europeos han dado muestras de una inoperancia exasperante -“no es que sea pobre, es que no hay una respuesta europea”, ha declarado Romano Prodi a este diario-, de una falta recalcitrante de voluntad política para llevar a la práctica las medidas necesarias para acoger a 160.000 refugiados, aprobadas después de un rosario de cumbres especiales. La supuesta solidaridad europea -otra vez supuesta- ha dado paso a un glosario de excusas pergeñadas por los estados para reducir al máximo su contribución a la empresa de alojar a quienes huyen de los desastres de la guerra, de mejorar el control en las fronteras exteriores de la UE y de neutralizar el floreciente negocio de las mafias que se dedican al tráfico de seres humanos.

No es menor el desfallecimiento de los valores en la exagerada prudencia europea para corregir la degeneración de la democracia en Polonia, gobernada por una extrema derecha que lo mismo arremete contra la independencia de los tribunales que contra la libertad de expresión. Parece que no es suficiente el precedente austríaco de los primeros años de este siglo, cuando el partido ultra de Jörg Haider formó coalición con el Partido Popular para gobernar y Bruselas sometió a vigilancia intensiva al Ejecutivo de Viena para evitar sorpresas. Más parece que la tendencia es contemporizar, reconvenir si se agrava la situación y poco más, sin remover excesivamente las aguas ni mirarse en el espejo de los principios innegociables, como si la soberanía de los estados, cuando se trata de los valores, debiera prevalecer siempre aunque violente el legado democrático que define a Europa (debiera al menos definirla).

Sin necesidad de apelar al imperativo categórico kantiano, es fácil advertir una relativización de la moral civil laica, una especie de recurso permanente a la moral de situación, exenta de compromisos o diluidos estos en una trama indefendible de intereses y prejuicios. Salvo mejora imprevisible, pronto habrá que reclamar el ingreso de Europa en la UVI si es que el coste social incalculable de la austeridad a cualquier precio no fue motivo suficiente para hacerlo antes.