EL PAPEL DE LA MONARQUÍA

Los valores republicanos

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Rafael Jorba

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La política declarativa lo aguanta todo. Este es el caso de la Transición. Tendemos a valorarla en clave maniquea, en blanco y negro. Unos hablan de ‘régimen del 78’. Otros la ensalzan sobremanera. Unos y otros olvidan la gama de grises que la alumbró. Es un hecho, sin embargo, que España ha vivido desde entonces su período de mayor libertad y progreso. Ahora, 40 años después, se cuestiona el artículo 1.3 de la Constitución: “La forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria”. Es verdad que las constituciones, a diferencia de los yogures, no tienen fecha de caducidad, pero también lo es que aquellos que se niegan a abrir el melón de la reforma corren el riesgo de que se les pudra en las manos.

Hago estas reflexiones al hilo de la aprobación de la moción de En Comú Podem en la que el Parlament “apuesta por la abolición de una institución caduca y antidemocrática como la monarquía”. Es política declarativa, pero emborronó el pacto presupuestario suscrito horas antes por Pablo Iglesias y Pedro Sánchez. La reforma del Título preliminar de la Constitución no sólo desborda las competencias catalanas, sino que exige amplias mayorías españolas: dos tercios del Congreso y del Senado, disolución de las Cortes, ratificación del texto y referéndum. Se trata, con todo, de una tarea que tarde o temprano habrá que abordar.

Entre tanto, hay un punto de la resolución que chirría: “El Parlament reafirma su compromiso con los valores republicanos”. Esos valores son, precisamente, los que introdujo en España la Constitución de 1978. Philippe Nourry, periodista e hispanista francés, escribió un libro titulado 'Juan Carlos I, un rey para los republicanos' (Planeta, 2004). La obra presentaba la monarquía parlamentaria como factor de reconciliación y garante de los valores republicanos, es decir, de los principios que arrancan de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.

También desde la política, la Francia republicana reconoció el papel de la Transición española. Juan Carlos I fue huésped de honor de la Asamblea Nacional -el sanctasanctórum de la República- el 7 de octubre de 1993. Aquel hecho sólo tenía un precedente: la intervención del presidente norteamericano Woodrow Wilson al término de la Primera Guerra Mundial. Philippe Séguin -un gaullista social y jacobino- no escatimó elogios a un rey que, a su juicio, encarnaba “un modelo de democracia joven y brillante”, y a una España que “asombra al mundo”. Juan Carlos I, en su discurso en francés, dijo que encontraba en la Declaración de los Derechos del Hombre “una fuente permanente de inspiración”. “Desde la unidad que simboliza la monarquía que encarno, España ha reencontrado y profundizado la riqueza de su diversidad, el pluralismo de las culturas nacionales [sic] que constituyen su identidad histórica”, añadió.

Todo esto es agua pasada. Lo que entonces se hizo no es excusa para no hacer los deberes que ahora tenemos pendientes. Pero de la misma manera que se puede denigrar el régimen del 78, se puede recordar que desde Francia era visto como portador de los valores republicanos que ahora se invocan.