Los tres peligros del PSC

El riesgo de ruptura con el PSOE, la difícil cohabitación con unos comunes al alza y el debate independentista se cierren sobre el socialismo catalán

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JOAQUIM COLL / HISTORIADOR

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El socialismo catalán cierra en este Congreso una dolorosa etapa de fractura interna exhibiendo unidad. También que sigue encarnando unas ideas con las que se identifican medio millón de ciudadanos. No es poca cosa ante un panorama que se avecina tan difícil como el anterior. El hecho más grave es la inesperada implosión del PSOE, que puede significar su suicido electoral si no pone antes remedio. Tras la brutal deflagración del pasado 1 de octubre, del edificio solo ha quedado el solar, como reconocía el presidente de la gestora, Javier Fernández. Sobre esos cimientos, los socialistas deben levantar pronto un nuevo proyecto. La duda es si ha quedado vivo algún protagonista que reúna las condiciones para el liderazgo. Pedro Sánchez seguirá ejerciendo un fuerte atractivo entre muchos militantes, pero se ha convertido en un lastre. A sus anteriores errores, se añade ahora el sorprendente cambio de relato que ha hecho sobre Podemos en la pésima entrevista que concedió a Jordi Évole. La imagen final es la de un político aventurero e inconsecuente. El PSC no puede convertirse en el Sancho Panza de este Quijote, pero los que mandan en el PSOE se equivocarían gravemente si acaban expulsándolo unilateralmente de los órganos federales. Ambos partidos necesitan acordar con calma un reacomodo de sus relaciones en beneficio mutuo y del proyecto que comparten para España.

El segundo peligro para el PSC es la fuerza en gestación de los comunes, que amenaza con ocupar todo su espacio. En Barcelona, Ada Colau está en camino de conseguirlo con la ayuda de Jaume Collboni, incapaz por ahora de marcar perfil propio desde el gobierno municipal. Los socialistas no tienen una estrategia definida frente a los comunes, no saben cómo competir y optan por colaborar sumisamente hasta el punto que algunos preferirían disolverse en una gran alianza electoral de izquierdas. Los más experimentados, como Miquel Iceta, saben que eso no sucederá porque choca con la construcción de ese nuevo sujeto político que pilota Xavier Domènech. Los comunes quieren ser hegemónicos y desean arrebatar a los socialistas la bandera de la socialdemocracia, la de verdad, añadiendo algunas dosis de populismo anticapitalista. El PSC tendrá que pelear fuerte por este espacio o acabará cediéndolo gratis.

El tercer peligro es la tensión separatista, que va ir en aumento con llamadas a la desobediencia y a celebrar un referéndum. En algún momento, el choque definitivo entre este golpismo camuflado de mandato popular con la legalidad democrática será insalvable. Ante eso, el PSC no podrá ser equidistante ni ambiguo, a diferencia de los comunes, atrapados en la palabrería del derecho a decidir. A los socialistas, por tanto, se les abre una oportunidad para explicar que el conflicto no es entre España y Catalunya, sino entre los propios catalanes, y que la auténtica disyuntiva consiste en federar España o destruir Catalunya. Pero las felices unanimidades en las que se ha desenvuelto el XIII Congreso genera la duda de si han discutido a fondo sobre estos peligros. 

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