La gestión medioambiental

Los secretos que esconde la basura

Es inevitable que la Administración hurgue en nuestros residuos para ver si reciclamos correctamente

Conjunto de contenedores de reciclaje en una calle de Barcelona

Conjunto de contenedores de reciclaje en una calle de Barcelona / periodico

EVA ARDERIUS

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No hay nada más íntimo que una bolsa de basura. Escribo esto contemplando la mía. Si alguien la abre y decide hacer mi retrato, sabría que soy una mujer sin hijos, que cocina poco, que come poca carne y que intenta tranquilizar su mala conciencia con platos precocinados bio. Sabría mi marca de agua favorita, dónde compro, la talla que uso, los cosméticos que gasto e incluso los días que sufro dolor de cabeza y me tomo un analgésico. Sabría también –lo acabo de comprobar– que no reciclo bien o que me ha dado pereza separar el tubo de plástico de la crema corporal, que está ahí, en la misma bolsa que dejaré dentro del contenedor gris. Analizando todos los datos personales que esconden mis residuos, la curiosidad me invita a pensar: ¿de quién me gustaría ver la basura?, ¿de quién me gustaría saber si sigue una dieta tan sana como dice, las medicinas que toma y los problemas de salud que tiene, si esa persona vive sola, en pareja o con hijos, si fuma y si tiene vicios inconfesables?

BOLSAS NO HERMÉTICAS

La basura lo dice todo de nosotros. Es anónima y privada. Tiramos con total impunidad. Nadie sabe qué reciclamos. Si lo hacemos bien o mal. Pero el resultado de lo que pasa en nuestra cocina tiene efectos globales, y eso es lo que da derecho a los ayuntamientos a hurgar en nuestros residuos. No me gusta nada que metan la nariz en mi intimidad. Pero el control es inevitable. Las bolsas de basura dejarán de ser herméticas, como ya no lo son nuestras tarjetas de crédito, nuestras llamadas y la manera como nos movemos por la ciudad.

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Hasta el momento, la Barcelona que organiza el Mobile World Congress y que se ha colgado la etiqueta de smart city deja en manos de la buena voluntad del ciudadano el reciclaje, y el último balance del ayuntamiento demuestra que no lo estamos haciendo bien. Barcelona quiere cambiar las cosas y que la empresa que se encargue de la limpieza a partir del 2019 instale contenedores inteligentes que se abran con tarjetas personales o que obligue a utilizar bolsas con nuestro nombre y apellido que, si es necesario, puedan ser analizadas. Así, la Administración sabrá qué, dónde y cómo tiramos la basura. No es un escenario de ciencia ficción. Buscando en Google encuentro sitios donde ya se vigilan los contenedores, y no hablo de Silicon Valley. Me refiero a Lazkao, en Guipúzcoa; Alcossebre, en Castellón, o Groningen, en Holanda. En estas ciudades, quien contamina paga.

RECICLAR O PAGAR MULTAS

Y quien contamina más, paga más. Solo así los ciudadanos podrán escoger: o no reciclar y enfrentarse a tasas más altas (e incluso multas) o hacer las cosas bien y tener bonificaciones. El gran hermano del contenedor será más justo. Pero eso implicará que el control y exigencia al que se someterán los ciudadanos se aplique, de igual forma, al servicio de recogida. Habrá que evitar repetir el presunto fraude que ha cometido la actual empresa, FCCFCC. Un fraude que ha convertido en real la leyenda urbana preferida de los no recicladores: mezclar los residuos que los ciudadanos ya habían separado. Un engaño que les puede salir muy caro. Con la basura no se juega.