Europa y la desmemoria

Los restos del día

Aconseja Ishiguro que deberíamos aguzar el oído y encontrar otra gran visión humanista alrededor de la cual congregarnos

Kazuo Isiguro

Kazuo Isiguro / Neil Hall / Efe

OLGA MERINO

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Hace frío, y los días invitan más que nunca a quedarse en casa leyendo. Busco en la estantería 'Los restos del día', y al hojear el libro afloran viejas frases subrayadas, como las que escribe la antigua ama de llaves en una carta a mister Stevens, el mayordomo protagonista de la novela: «Aunque no tengo la menor idea de qué utilidad puedo darle a lo que me queda de vida […] solo veo el resto de mis días como un gran vacío que se extiende ante mí». Un tándem espectacular en el texto y también en la pantalla: ya es imposible despegar a Anthony Hopkins de la piel del mayordomo cuyo amo simpatizaba con los nazis.

'Los restos del día' es tal vez la mejor obra de Kazuo IshiguroKazuo Ishiguro. Hoy recibe el Nobel de Literatura tras haber leído el jueves, en la Academia Sueca, un discurso de aceptación donde vertió las soledades y las influencias que le convirtieron en escritor, desde Proust hasta las canciones de Tom Waits. Pero no es tanto eso, la escritura y su cocina, lo memorable de la alocución, como su mirada inteligente sobre el mundo desde el fin de la segunda guerra mundial. Si la generación de nuestros padres, la de la posguerra, fue capaz de reconstruir Europa desde las cenizas y convertirla en un espacio de democracia casi sin fronteras, los años transcurridos desde la caída del Muro de Berlín se han evaporado en la autocomplacencia. Un tiempo de oportunidades perdidas. Ha crecido la brecha de la desigualdad desde entonces. Las políticas de austeridad han enseñado la patita de sus verdaderas intenciones. Medran el racismo, la ultraderecha y el nacionalismo tribal. Y los países ricos compiten a cara de perro por los recursos.

Haber malgastado la vida

Aconseja Ishiguro que deberíamos aguzar el oído y encontrar otra gran visión humanista alrededor de la cual congregarnos. De no modificar el rumbo, corremos el riesgo de que nos ocurra como al mayordomo de la novela: paladear la amarga sensación, al final de la vida, de haberla malgastado por no asumir responsabilidades. Y con lo que queda del día pulverizado entre las manos.