NÓMADAS Y VIAJANTES

Los radicales no aman a las mujeres

RAMÓN LOBO

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Eduardo Bofill,un amigo que trabajaba con jóvenes exguerrilleros hacinados en Monrovia, me preguntó: «Si fueras presidente, ¿por dónde empezarías?» Estábamos en Liberia; eran tiempos de esperanza tras la primera elección deEllen Johnson-Sirleaf, la primera mujer en alcanzar el cargo en África. La pregunta me bloqueó: ¿Corrupción, policía, jueces? Volé a Sierra Leona, país víctima también de una guerra civil. Un día, en la playa, mientras veía jugar al fútbol a unos cascos azules, di con la respuesta: «¡la educación! Ese es el motor que puede derrotar al fanatismo».

Años después un hombre se interesó en Sevilla por mi opinión sobre lo que llamó «las madrazas [las escuelas coránicas] radicales de Pakistán». Dije que solo podía hablar de las escuelas católicas radicales de España, bajo las que me eduqué.

El control político y religioso de la educación es la base de la intolerancia. Bulle un miedo atávico a la libertad, al pensamiento crítico. Las escuelas europeas liberadas más o menos de los rigores de la fe cristiana enseñan hoy una nueva religión: la competencia. No educan para lo esencial: ser feliz.

En Estados Unidos muchos sectores discuten la Teoría de la Evolución de las Especies de Darwin. En España abundan los cardenales que ansían recuperar la enseñanza de la religión que tardó 500 años en pedir perdón aGalileopor sostener que la Tierra era redonda. La religión jerarquiza mitos; la ciencia ofrece respuestas probadas sobre lo que antes era inexplicable.

Bombas en las escuelas

La educación libre es una provocación. También para los talibanes de Afganistán y Pakistán. Todo lo que no sea memorizar el Corán es un signo de occidentalización intolerable, de decadencia.

En el valle paquistaní del Swat, los fanáticos colocan por la noche bombas en las escuelas. Desde 2009 han sido destruidas más de 800. Esta es la zona en la que vivía la jovenMalala Yousafzai, de 14 años, que sobrevivió a un atentado talibán y ahora es embajadora de millones de jóvenes que no pueden estudiar, desarrollarse como mujeres. No es solo una interpretación de la religión; es la tradición pastún, que tan bien retratóJohn HoustonenEl hombre que pudo reinar, filme basado en el texto deKipling.

Adnan Rasheed,jefe talibán de Swat que pertenece al mismo clan deMalala, los Yousafzai, ha publicado una larga carta en la que trata de rebatir el discurso pronunciado hace unos días por la niña en las Naciones Unidas cuando dijo aquella frase extraordinaria: «Un niño, un maestro, un bolígrafo o un libro pueden cambiar el mundo».

Ni condena ni perdón

Rasheed no condena el atentado ni pide perdón, pero dice que hubiera preferido que no se produjera. Sostiene que el ataque no fue por defender el derecho de las niñas a ir la escuela sino por convertirse en un instrumento de propaganda de EEUU. Le anima a regresar a su país y a estudiar en una escuela coránica.

El Ministerio de Educación paquistaní informa de que el 26% de las niñas en edad escolar están alfabetizadas. Unicef maneja otras fuentes más pesimistas: las niñas alfabetizadas no pasarían del 12%. En Pakistán se considera alfabeta a una persona que sabe firmar. De las 14.000 escuelas de secundaria elemental y las 10.000 de secundaria superior, solo 5.000 y 3.000, respectivamente, son para niñas. Son datos de ámbito nacional que empeoran en las provincias con actividad talibán.

Conocí en Lagos a un cirujano afgano que trabajaba para MSF. Estaba indignado con una periodista francesa que le había preguntado su opinión sobre «el extraño vestido de las mujeres en Afganistán». Se refería al burka. El médico respondió: «A mí me parecen extraños sus vaqueros, siempre he estado rodeado de burkas». La diferencia entre ambas situaciones reside en la libertad de ponerse o no la prenda.

Ese mismo médico contó que un día llegó al hospital de Kabul un alto jefe talibán con su mujer gravemente enferma. Él le informó que debía operar con urgencia. El jefe talibán se negó: un hombre no podía tocar a su mujer ni ver su carne. Exigió una mujer médico.

El cirujano replicó: «No tenemos porque ustedes impiden que las niñas lleguen a la universidad y no podemos traer doctoras de países árabes porque pagan mal. Hay dos opciones: operamos o su mujer morirá» El talibán escogió la cirugía. Fue una manera de educar.

Ley y tradición

Occidente ha gastado millones en Afganistán y no ha logrado modificar la esencia del problema; la ley sigue aplastada por la tradición. Las misiones de Naciones Unidas tampoco han logrado modificar la injusticia y la pobreza estructural en Liberia y Sierra Leona. Si no estalla la guerra es porque hay cansancio de guerra.

La educación es el instrumento más poderoso para modificar realidades, generar esperanzas. Quizá deberíamos empezar por educar a los gobernantes. El problema es dónde está ese maestro limpio que cambiará el mundo.