El cuerno del cruasán

Los porrazos no serán televisados

JORDI Puntí

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El pasado viernes murió el poeta y músicoGil Scott-Heron. En otra época, en los 70, este señor grabó una canción que se convirtió en un himno: «La revolución no será televisada», decía el estribillo repetitivo, «la revolución será en vivo». Entonces, casi a la misma hora en que el mundo conocía su muerte, elconsellerFelip Puigtuvo un ataque higienista y mandó a los Mossos d'Esquadra a la plaza de Catalunya. Como me encontraba lejos de Barcelona, desde el mediodía seguí los hechos por tierra, mar e internet. Gracias a las imágenes colgadas en las redes sociales, lo vi todo casi en tiempo real. Entendí en qué consistía la limpieza del espacio público y no me perdí detalle de los abusos de autoridad, de la actitud cínica de algunos mossos y de los garrotazos que se llevaban los indignados.

Entonces, claro, elconsellerPuig tuvo un ataque democrático y compareció para dar la versión oficial. Lo primero que hay que admitir es quePuig se comportó como un auténticoconsellerde Interior. Nada que envidiar, por ejemplo, a uno de sus antecesores,Joan Saura. Tantos años de criticarle, de reprocharle sus inseguridades y falta de coraje para reconocer los errores, yPuigactuó con el mismo ademán granítico. Una de las cosas que deberían aprender los que mandan a la policía es que sus explicaciones y excusas siguen siendo analógicas, pero los porrazos, además de dejar marca, son digitales. La revolución no será televisada, pero de momento, el viernes, frente a las porras indiscriminadas, había todas esas cámaras y móviles, una burrada de píxeles.

En su intervención,Puigdeclaraba que los mossos habían ido solo para garantizar la limpieza y la seguridad, que no pretendían desmantelar nada, pero las fotos mostraban a unos trabajadores que se llevaban los ordenadores.Puig también dijo que los mossos habían recibido pedradas, golpes y espráis. Pero de eso, casualmente, no había fotos. Los mossos no deben de llevar móvil. En cambio, lo que vimos eran unos policías anónimos que pegaban sin ton ni son, recreándose, que tiraban del pelo y arrastraban a gente pacífica.

No soy tan iluso de creerme todas las imágenes que salen por internet. No todos son calvos ni todos son peludos, ya lo sabemos, y además la revolución no será televisada. Pero entre lo que vieron mis ojos y el panorama que pintó Felip Puigcon esa gravedad que infunde serconseller de Interior, yo no tengo dudas. Hasta aquí todavía llego.