Apuntes históricos

Los moros son ustedes

Señores de Vox, el concepto que tienen del ser español como una emanación primigenia obra de Dios es equivocado

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Najat El Hachmi

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Señores de Vox, les voy a dar una mala noticia. Sé que están ustedes eufóricos después de haber reunido a todos esos miles de personas en Vistalegre, sé que son una fuerza nueva que dice las cosas sin tapujos y se plantan sin complejos ante todo este buenismo y la debilidad de una clase política que está dejando que España se hunda. Los veo muy animados con la importación de eslóganes americanos y con un discurso claro, transparente, sin doble lenguaje ni tanta tontería de corrección política. Con esta alegría que están viviendo ahora lamento tener que ser yo la que les agüe la fiesta, pero no me queda otra que decirles la verdad: ustedes, señores, no son españoles de pura sangre, ustedes llevan sangre contaminada de ese "otro" que creen ajeno, extranjero, del todo amputado de su propia identidad y su pasado. O dicho de otro modo, el concepto que tienen del ser español como una emanación primigenia obra de Dios es un concepto equivocado.

Les va a doler saberlo, pero mucho me temo que los historiadores lo han demostrado: señores de Vox, ustedes son también un poco moros, un poco judíos, incluso un poco catalanes, quién sabe si un poco negros, un poco indios. ¿Saben por qué? Pues porque esta frontera que ustedes dibujan tan nítida entre los unos y los otros es una simple y pura arbitrariedad, un invento, porque uno no puede sentirse superior si no es en relación a otro que considera inferior. Y, por cierto, que a esto que hacen de sacar la bandera, de enaltecer todo lo que consideran propiamente español, se le llama nacionalismo.

El señor Santiago Abascal, líder de su formación, dijo en su discurso que son europeístas porque los españoles "salvamos Europa del avance islámico en siete siglos de reconquista". ¿No les parece una defensa un poco lenta? ¿No les costó a ustedes demasiado tiempo quitarse de encima a los invasores? Tardar casi ocho siglos no es precisamente para ponerse una medalla, ¿verdad? Esto se explica porque, en realidad, lamento ser yo quien les tenga que decir que, antes de la llegada de los musulmanes a la Península, España no existía: la entidad política que hoy conocemos y que conforma este gran y noble territorio que ustedes quieren defender no nació hasta mucho más tarde. Lo que entonces había era un reino visigodo, donde los nobles se peleaban entre ellos, un sitio donde campaban el desorden y el hambre. Por eso la conquista por parte del pionero Tariq y su jefe Mussa no se encontró con resistencia alguna y la penetración fue relativamente fácil. Piensen que no llegaron más que 20.000 hombres sobre una población de 20 millones. Los textos analizados por expertos historiadores demuestran que buena parte de la población peninsular se convirtió voluntariamente al Islam.

Matices aparte, lo cierto es que no fueron los "españoles" de entonces quienes frenaron a los musulmanes, sino los francos en Poitiers. Sin francos a lo mejor sí que Europa sería hoy musulmana, pero esto es una mera conjetura anacrónica, historia-ficción para pasar el rato. Lo que en cambio sí es tangible, evidente, es el legado de la presencia de los seguidores de Mahoma durante todos esos años en los que "ellos" estuvieron entre "nosotros".

Les voy a contar la verdad que no quieren ver, señores de Vox, el "nosotros" de ahora, los españoles que creen pura emanación del torrente autóctono, en realidad, es un "nosotros" contaminado de muchos elementos que ustedes creen ajenos. Uno no se queda ocho siglos en un sitio sin dejar rastro, sin sembrar la propia simiente en la tierra que pisa. Ya conocen el dicho: "El roce hace el cariño" y, claro, con el cariño, es inevitable la mezcla, la amalgama que da frutos híbridos de imposible clasificación.

Hagan una prueba: mírense al espejo; esa tez olivácea, ese pelo castaño oscuro, ¿no les parecen sospechosos?

Sé que a ustedes esta idea de mestizaje les incomoda, que no reconocerán nunca que este pasado moro forma parte de su ADN, pero hagan una prueba: mírense al espejo. Esa tez olivácea, ese pelo castaño oscuro, ¿no les parecen sospechosos? Paséense un día de estos por cualquier ciudad norteafricana y díganme si sus habitantes no podrían ser sus primos hermanos. ¿Ustedes a quién se parecen más? ¿A un marroquí o a un noruego? Esas melenas ensortijadas, esos ojos color algarroba, ¿no son los mismos que encontramos en la orilla sur? Ya sé que ustedes tienen vocación de extrema derecha europea, esencialista y supremacista, pero si se miran en el espejo verán que andan un poco cortos de ojos azules y melenas rubias, que su piel aguanta mucho mejor el sol que sus homólogos de más al norte.

No, ustedes no son puros y llevan en la sangre y en la cultura y en la lengua ese extranjero que pintan como el demonio. Revisen su idioma, el español, claro, y en él van a encontrar un ocho por ciento de léxico de origen árabe. Recorran su gran país de punta a punta y verán que está lleno de topónimos de los antepasados que ustedes presentan como visitantes temporales, casi un accidente en la inmaculada historia de la España Viva (sic).