El escándalo de las titulaciones universitarias

Los másteres y el político

¿Se le pueden confiar altas responsabilidades en la administración de lo común a quien acepta que le regalen un título?

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Marçal Sintes

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El penoso escándalo de los másteres, que ya engulló en su momento a Cristina Cifuentes, se ha cobrado otra víctima, Carmen Montón, ministra de Sanidad de Pedro Sánchez. Además de verse obligado a prescindir de una de las piezas gubernamentales más valoradas y apreciadas por él, el propio presidente ha tenido que pasar por el mal trago de demostrar que no hay trampa en su tesis doctoral (que un trabajo de este tipo sea flojo o poco original no es que no sea trampa, es que es más corriente de lo deseable).

Aceptaron títulos regalados

Mientras tanto, Pablo Casado continúa a la esperaPablo Casado de lo que decida sobre su caso el Tribunal Supremo. Casado, como su compañera de partido Cifuentes y la socialista Montón, aceptaron que les regalaran sendos másteres. Por si fuera poco, hemos comprobado como el currículo de Albert Rivera ha ido cambiando -y encogiéndose-Albert Rivera con el tiempo. La última corrección le ha llegado de la mano de la Universidad Autónoma de Barcelona, que ha sentenciado que no solo no se ha doctorado, sino que tampoco es doctorando, es decir, aprendiz de doctor.

Rivera fue, en este episodio, muy agresivo primero con el PP y luego con el PSOE y el propio Sánchez. Como saben, en Catalunya se inventó los escuadrones encapuchados para arrancar lazos amarillos. Se trataba de una provocación, de continuar trabajando para conseguir el objetivo del enfrentamiento social. Decía él que sacar lazos es lo mismo que ponerlos: libertad de expresión. Un disparate monumental. Una cosa es la contraria de la otra. Como amordazar es lo contrario de hablar. Una cosa es libertad de expresión y otra impedirla o boicotearla, y tiene un nombre: censura.

Rivera aplicó su energía y discernimiento también al lío de los títulos. Siempre fiel a su estilo, que, como el de Casado, se acerca cada vez más al de la extrema derecha populista, arremetió contra todos. Algunos que aplaudían al contemplar al tiburón embestir contra el soberanismo dejaron de hacerlo cuando el escualo se revolvió contra ellos.

Ante este, decíamos, penoso espectáculo, las reacciones han sido diversas. Unos lamentan el daño que se está causando a los profesores y estudiantes, a los de la Rey Juan Carlos en particular y a todos en general. Otros constatan que la política se adentra un poco más en el lodazal del desprestigio.

La transgresión fue en el pasado, pero se proyecta en el futuro, porque nos habla del carácter moral de determinadas personas

También existen quienes se escandalizan de que un asunto como este devenga tan importante en el particular ecosistema político-mediático madrileño, eclipsando a una buena de lista de cuestiones de mucho más calado. Añaden, en tono crítico, que es un error perder tanto tiempo en unos sucesos que, al fin y al cabo, son poco más que anecdóticos. Nada que afecte el día a día de la gente. Una tontería.

Aquí es donde matizaría. Esta cuestión es solo aparentemente insustancial. Porque lo que tenemos ante nosotros son unos políticos que han aceptado -con intención de robustecer y barnizar su historial- que les regalaran un título. Aparte están los que, como Rivera o su correligionaria Carina Mejías, no necesitan que les regalen nada para añadirlo alegremente a su currículo. Les pareció a unos y a otros que esto les iba bien, que les beneficiaba.

Por supuesto, debieron realizar un cálculo de riesgos. En principio todo les iba a favor: no parecía probable que los medios de comunicación se dieran cuenta del fraude ni que, caso de que sucediera, el electorado, de cultura meridional y tolerante con la corrupción y muchas otras cosas, pudiera llegar a enojarse. Resultaba, pues, difícil que en España alguien pudiera ser castigado simplemente por exagerar sobre sus méritos o por embustes académicos.

Quedaba, pues, la ecuación última pero decisiva, aquella que enfrenta ética y ambición. Ganó la última. Y es relevante.

Si los valores de alguien, quien sea, ceden ante una beneficio tan raquítico -una línea en un currículo- ¿qué no será capaz de hacer, qué límite no atravesará este individuo cuando las tentaciones, cuando los premios en juego, sean infinitamente mayores? Cuando los valores de una persona -y hablamos en este caso de valores, tales como 'no mentir', situados en el núcleo de lo que es la actividad política- son tan débiles y se hallan tan poco asentados, ¿se le puede confiar altas responsabilidades en la administración de lo común?

El escándalo no es, pues, en mi opinión, tan inocuo como a simple vista puede parecer. La sombra -la transgresión- se encuentra en el pasado, pero se proyecta hacia el futuro. Porque nos habla del carácter moral -del espíritu, si así lo queremos llamar- de unas determinadas personas. Del material del que están hechas.