El PP y los idus de marzo

La muerte del bipartidismo progresa de forma lenta pero adecuadamente, aunque no lo parezca

Antón Losada

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Aunque seguramente ahora no le guste, la presencia abrumadora del presidente Mariano Rajoy durante la campaña ha convertido el 22-M en una primera vuelta de las generales y la primera lectura no es buena. A diferencia de Julio Cesar, debería poner más cuidado en guardarse de los idus de marzo. El veredicto andaluz certifica que en ninguna parte está escrito que el Partido Popular vaya a gobernar España tras las elecciones del final de año y algo aún más preocupante para Rajoy: ni siquiera parece asegurado que vaya a resultar el más votado esa noche.

La espectacular caída en votos y escaños del partido del gobierno indica que su desgaste presenta un alcance mayor de cuanto se anunciaba, que si existía voto oculto parece haber decidido pasar a la clandestinidad y que, ni el discurso de la recuperación, ni el discurso del miedo, movilizan como antes a su numantinamente fiel electorado.

Rajoy deberá revisar urgentemente su código mariano y asumir que la situación económica va a influir, pero no a decidir en exclusiva el voto en España. La austeridad no sólo está matando al crecimiento económico, parece claro que también está devorando la fidelidad de los votantes, incluso de los votantes populares.

La victoria socialista resultará más dulce para Pedro Sánchez que para Susana Díaz. Al secretario general le bastaba con un triunfo que le permitiera visualizar una derrota popular. La presidenta andaluza necesitaba imponerse por goleada para agrandar sus opciones de disputarle el mando estatal. Su discutible campaña la ha dejado tocada como candidata y, aunque el resultado haya sido bueno, devuelve su liderazgo a la fase de construcción.

Pero no todo son malas noticias. Aunque no haya obtenido el fruto esperado, el adelanto electoral sí le permitirá cumplir su primer objetivo: gobernar en solitario con la ventaja y la legitimidad de haber sido la más votada.

La muerte del bipartidismo progresa lenta pero adecuadamente, aunque no lo parezca. Es cierto que el PP y PSOE conservan más del sesenta por ciento del voto y el Parlamento. También resulta cierto que, paradójica y cruelmente, las primeras victimas del funeral parecen ser UPyD e IU. Pero ya resulta innegable que los dos partidos que han polarizado el espacio político español durante las últimas décadas tienen ahora competidores que saben cómo ganarles y quieren hacerlo.

El voto a Podemos y, en menor medida de momento, a Ciudadanos ya no puede despacharse alegando que se limitan a recoger el descontento ciudadano. Los resultados andaluces confirman su capacidad y habilidad para conectar tanto con la indignación de los votantes más maduros como con las ganas de cambio de los nuevos electores.

Utilizando la misma terminología económica que ha servido para justificar las políticas de ajuste masivo y austeridad, el mercado político español acaba de ganar en competencia y en competitividad. Algo que siempre es bueno, o al menos eso nos dicen cuando nos bajan el sueldo.