Al contrataque

Los estudiantes y la revolución

En este otoño maravilloso, miles de jóvenes se están creyendo que pueden cambiar el mundo. Espero que sean conscientes del regalo que les ha sido otorgado

MILENA BUSQUETS

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Desde el pasado viernes, cerca de 300 estudiantes ocupan el hermoso edificio histórico de la Universitat de Barcelona en defensa del referéndum y para condenar los registros y las detenciones realizados por la Guardia Civil.

Tal vez lo que está ocurriendo durante estos días en Barcelona sea una verdadera revolución, o tal vez sea una bobada, o igual se trate del fin del mundo o del principio de una nueva era, no lo sé, pero sea lo que sea me alegro muchísimo por los jóvenes de Catalunya.

Me alegro de que tengan la suerte de poder vivir una revolución. Da igual que tal vez no lo sea. Da igual que unos adultos queramos pactar y que otros ya se hayan desconectado y que otros sigan queriendo ser parte de España como hasta ahora.

En este otoño maravilloso (hacía años que no teníamos un otoño tan dorado y diáfano, tan clemente), miles de jóvenes se están creyendo que pueden cambiar el mundo. Son afortunados. Como escritora no me interesa demasiado la parte política de la revuelta, pero imagino las historias de amor que habrán surgido en el encierro de la universidad, los ataques de risa, las charlas políticas, las conversaciones trascendentales en medio de la noche (solo se habla en serio en medio de la noche, a oscuras). Imagino cómo se deben sentir. Y me alegro por ellos.

Si después la vida los tumba, espero que no renuncien a estos días. Espero que sean conscientes del regalo que les ha sido otorgado. Los veo gritando y agitando estúpidas banderas y cantando consignas con las que no estoy de acuerdo, y me siento feliz, y los imagino después yendo a beber cerveza o a tomar un café (son muy jóvenes, no hace tanto tiempo que han empezado a beber cerveza y a tomar café) y me alegro por ellos. Los jóvenes siempre están equivocados y sin embargo, siempre tienen razón.

Una novela dentro de 20 años

Yo no había nacido cuando sucedió la revuelta de mayo del 68, pero me la contaron y luego la leí y más tarde me pareció lamentable que algunos de sus protagonistas, más gordos, más calvos, más tontos y más aburridos, renunciaran a ella, aunque tuviesen buenas razones. Hay que estar siempre de parte de quien fuimos.

Espero que los jóvenes no renuncien nunca a lo que están viviendo estos días, que lo guarden, que les sirva para recordar en qué consiste desear algo, estar cerca de otros seres humanos, pasarse de rosca y hacer el imbécil. Ojalá no renuncien nunca a hacer el imbécil.

Y entre ellos, tal vez haya un chico o una chica, alguien un poco tímido y torpe, un poco despistado e hipersensible, un poco feo (casi nunca somos guapos los escritores, las palabras son escudos), que dentro de 20 años escriba una novela sobre estos días. La espero con impaciencia.