El debate histórico

Los desvarios de la razón

La derecha denigra a quien constata el hecho de que en la mayoría de las independencias hubo guerras

JOSEP FONTANA

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Un amigo me da a conocer -confieso no ser lector habitual de este periódico- el artículo que el señor Pardeiro me ha dedicado en La Razón. En él se utiliza todo tipo de argumentos para descalificarme, incluyendo mi pertenencia al PSUC en tiempos de la lucha contra el franquismo, algo de lo que no me arrepiento, porque el PSUC, donde compartí militancia con gente como Manuel Sacristán o Miguel Núñez, era en aquellos momentos, con sus conexiones con los sindicatos y con los movimientos ciudadanos, el grupo más serio de cuantos militaban contra el franquismo. Pagué mi militancia de diversos modos: con mi expulsión del profesorado universitario, con la negativa del pasaporte que me impidió aceptar una invitación de la Universidad de California, etcétera. Pero de lo que me avergonzaría hoy sería de no haber participado en la lucha contra la dictadura.

Pasa, en segundo lugar, a echarme en cara un artículo que titulé La deriva nazi del Partido Popular. La verdad es que el título que había pensado inicialmente era La deriva autoritaria…, y que, aunque la comparación que hacía era lícita, tal vez me propasé. Pero visto lo que estamos viendo hoy en materia de recortes de derechos y libertades, no estoy seguro de que no merezca la pena retomar el adjetivo.

Pero el colmo del dislate, y es precisamente el que utiliza para dar título al artículo, consiste en atribuirme un llamamiento a tomar las armas. La cita procede de una desdichada entrevista que debería desautorizar, porque quien la hizo no cumplió con la exigencia elemental de dejarme ver antes de la publicación lo que había interpretado de una larga conversación frente a una grabadora. Pero la idea central por la que se me condena no la desautorizo, porque la he sostenido muchas veces, aunque de forma algo distinta.

Mi afirmación de que «una independencia no se suele conseguir si no es con una guerra de independencia» -soy historiador y no ignoro casos como el de las concesiones de independencia de Gran Bretaña a sus colonias, la partición de Checoslovaquia, la separación de Montenegro- era una reflexión encaminada a frenar las ilusiones de que la celebración de un referendo o consulta, con un eventual resultado favorable, sea una garantía de que con ello se puede conseguir la independencia. Mi propósito era combatir de antemano el desencanto que pudiera producir la frustración de estas ilusiones, con el fin de mantener vivo el ánimo para seguir luchando, en la forma en que lo hemos venido haciendo hasta ahora, de manera pacífica y civil, por nuestros derechos y libertades.

Deducir de ello que estoy incitando a la lucha armada (¿con qué armas íbamos a enfrentarnos a un ejército que forma parte de la OTAN?) es un desvarío de tal calibre que no merece consideración alguna. Las últimas guerras de independencia que se han librado, las de la desintegración de Yugoslavia, las ganaron los aviones de la OTAN, sin los cuales no existirían en la actualidad ni Bosnia ni Kosovo.

Un poco de reflexión debería servirle también a la señora Rosa Díez para no sostener que vamos a incitar al personal a que salgan a la calle para exterminar a todo aquel que no sepa pronunciar correctamente setze jutges. La nuestra es una historia de perseguidos, más que de perseguidores, y aquello que reivindicamos de nuestro pasado es precisamente una tradición de democracia.

Todo nace de haber aceptado, hace unos meses, dar una conferencia para explicar las grandes líneas de la historia de Catalunya en el marco del Estado español en los 300 años transcurridos desde 1714. Pensaba, ingenuamente, que me iban a juzgar por lo que dijera, que en buena parte era previsible, como autor que soy de un volumen de historia de Catalunya en el siglo XIX y de otro de historia de España en el mismo periodo. Pero el título dado al coloquio, en el que no tengo responsabilidad alguna, pero que tampoco debería ser argumento para prejuzgar el contenido de las intervenciones, ha desencadenado un furor irracional.

A mi me ha tocado, sin haber abierto todavía la boca, que el ministro de Asuntos Exteriores me descalifique como «pseudohistoriador» -ignoro quién le ha atribuido competencias en este terreno-, que en La Razón afirmen que me estoy preparando para ir a las barricadas y que la señora Rosa Díez dé por sentada mi voluntad de exterminarla.

Les pediría a unos y a otros que esperen a que haya expuesto mis argumentos. Sé que no les voy a convencer, porque es difícil enfrentarse a prejuicios arraigados, pero podríamos entonces, por lo menos, comenzar un debate civilizado para que cada uno exponga y fundamente sus razones.