Una locura revolucionaria llamada 'Hamilton'

Sentí incredulidad, sorpresa y felicidad absoluta viendo el musical de Lin-Manuel Miranda

JOSEP MARIA POU

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Nueva York vive una locura llamada Hamilton. Nada que ver con el campeón de Fórmula 1 ni con caros relojes de alta gama. El Hamilton que está en boca de todos es el musical inspirado en la vida de Alexander Hamilton, uno de los padres fundadores del Estado americano, al que muchos descubren ahora gracias al teatro. Aunque no es el personaje el que les tiene boquiabiertos, sino el musical en sí: nuevo, inclasificable, impensable hasta hace nada, Hamilton marca un antes y un después. Por muchas razones. No solo porque ha rendido a la crítica, enloquecido al público y elevado el precio de la entrada a cifras exorbitantes (1.350 dólares en subastas de internet) sino porque ha conseguido llevar a Broadway una música, unos ritmos y una forma de expresión propias de un sector social excluido, hasta ahora, de los grandes teatros.

Hamilton Hamiltones una historia cantada a ritmo de rap y de hip-hop, y bailada a lo breakdance, lo que es decir una historia contada con el lenguaje de la calle y la cultura de los suburbios. Si Los miserables llevaron la revolución a Broadway, Hamilton hace la revolución en Broadway.

El artífice de todo ello es Lin-Manuel Miranda, un chaval de poco más de 30 años, autor de música y texto y, por si fuera poco, también actor protagonista. De origen portorriqueño ganó ya el premio Tony al mejor musical en el 2008 con In the heights, que recogía la realidad de la comunidad hispana en el extrarradio de la gran ciudad. Fue un primer paso, tímido aunque firme. El paso de ahora es de coloso tragaldabas.

Me gustaría ser capaz de transmitirles lo que viví sentado en la butaca del teatro Richard Rodgers hace un par de noches. Resumo en una palabra: sorpresa. Y en dos: felicidad absoluta. Y en tres o más: no me puedo creer lo que estoy viendo. Treinta actores (hispanos, africanos, asiáticos, los más) y una frase soltada al aire que se enrosca en sí misma y crece, crece y crece, y se enreda en un gesto que termina en una coreografía imposible (Pina Bausch paseando por el Bronx). Y sin salir del rap y el hip-hop, dos momentos del mejor rhythm and blues. Y otros dos del mejor jazz. Y, de pronto, una ráfaga salida de Cabaret o de Chicago. Y la energía que no cesa. Y el teatro entero puesto en pie, sabiendo que el aplauso es corto donde la emoción es larga.

No hay entradas (o casi) hasta finales de mayo del 2016. Habrá que seguir hablando de ello.