Gente corriente

Lluís Alabern: «Cuido igual un 'picasso' que una vajilla de cristal»

 'Art handler'. Sus manos tocan piezas valiosísimas y sus ojos ven todo lo que sucede en los museos cuando no hay público.

«Cuido igual un 'picasso' que una vajilla de cristal»_MEDIA_2

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GEMMA TRAMULLAS

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De niño, insistía a sus padres para que le llevaran al museo, a cualquier museo, incluso al militar. Tras renunciar a su sueño de ser artista, volvió a entrar de adulto en los templos del arte, pero por la puerta de atrás.

-¿Art handler? ¿Su oficio no tiene ni siquiera traducción?

-No. Literalmente sería manipulador de obras de arte.

-Las lleva de un lado a otro.

-Las acompaño. Por ejemplo, si hay una exposición de Tàpies en Japón, yo viajo en el mismo avión que las obras y superviso su descarga y su montaje en el museo. He tenido en mis manos piezas íberas que llevaban 2.000 años enterradas.

-Qué responsabilidad.

-Prefiero no saber el valor de lo que muevo. Me gusta cuidar igual un picasso que una vajilla de cristal.

-¿Le da igual una cosa que la otra?

-No es eso. Es una estrategia para no angustiarme. Hace años, cuando entré en el transporte de obras de arte, la mayoría de los trabajadores procedían del sector de las mudanzas y tanto les daba transportar un tàpies como una lavadora. Para mí era diferente.

-¿Por qué?

-Yo venía de Bellas Artes, conocía a los artistas y hablaba su lenguaje.

-¿Y cómo acabó de transportista?

-Al terminar la carrera, no encontré ninguna salida. A los 28 años, tras una ruptura sentimental muy dura, decidí empezar de cero. Un amigo me pidió que le ayudara a transportar unas obras de Tàpies. Era la primera vez que me reclamaban por mi físico y no por mi cabeza.

-Y aceptó.

-Sí. Mi amigo utilizó la palabra Tàpies como gancho, porque si lo llego a saber... ¡las cajas pesaban 200 kilos cada una!

-Ahora entiendo lo del físico.

-Hasta entonces jamás se me había ocurrido pensar cómo llegaba una obra a un museo y qué pasaba una vez allí. Yo quería estar en el escaparate del arte, quería pintar, pero tuve que asumir que me quedaría en la trastienda. En la facultad te preparan para ser un árbol frondoso, pero terminé descubriendo un humus, una base de la cultura que hay que cuidar. Es un oficio como de artesano antiguo que se debería enseñar.

-Del camión pasó al museo.

-Llevo tres años en el Museu Nacional d'Art de Catalunya. Para la exposición del 75º aniversario del museo movimos el retablo de Banyoles, que es del siglo XV. Solo para desmontarlo estuvimos dos días.

-¿Esta es la pieza más difícil que ha movido?

-El gran dia de Girona también es compleja. Mide 5 o 6 metros por 14 y es la más grande que he movido nunca. Hace un año que la están restaurando y en septiembre la instalaremos en Girona. Antes del MNAC también estuve en el Museu d'Art Contemporani de Barcelona. En la obra contemporánea, la frontera entre arte y absurdo es muy fina.

-¿Cómo de fina?

-El patrimonio cultural del siglo XX son las ideas, no los objetos. En el arte contemporáneo los objetos son churros. Si pones una rueda de bicicleta encima de un taburete, ya tienes un duchamp. Una vez tuve que desembalar una obra que consistía en miles de clínex usados por el artista a lo largo de un año. No sabía si la obra eran los clínex o la caja y si tenía que dejarlos en el suelo o ponerlos encima de una mesa.

-Otra, otra.

-En los años 70, a Joseph Beuys se le ocurrió ir detrás de una manifestación del partido comunista barriendo todo lo que encontraba. Metió toda aquella basura y aquel polvo en una vitrina, una galería la expuso y un coleccionista la compró. Veintipico años después, la tuve que montar yo en el Macba.

-¿Cómo?

-La basura estaba clasificada en bolsas, por tamaños. El coleccionista no quería que se perdiera ni un gramo de aquel polvo y había que aspirarlo de cada bolsa y luego poner todo aquello de manera que pareciera natural. Después tenías que aspirarte el cuerpo para quitarte el resto del polvo, porque al fin y al cabo era mierda de hacía 20 años.

-¿Los churros son solo patrimonio del arte actual?

-No. Si metes cualquier obra en una vitrina, la gente la mira más. En el Louvre, un montón de gente hace cola, apoyándose en obras buenísimas a las que no presta atención, para ver el churro de La Gioconda, que para mí es uno de los peores cuadros de Leonardo. Es desesperante ver a 2.000 japoneses haciendo fotos de un cuadro dentro de una vitrina custodiada por un tipo con pistola.