EN CLAVE EUROPEA

Límites y fisuras del G-7

ELISEO OLIVERAS

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Los líderes de las siete potencias (G-7) —EEUU, Alemania, Japón, Francia, Italia, Gran Bretaña y Canadá— inician mañana una cumbre en el castillo bávaro de Elmau, junto al presidente de la Unión Europea (UE), Donald Tusk, y el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Ésta es la segunda cumbre de los líderes mundiales sin Rusia desde que dejaron en suspenso en marzo del 2014 el Grupo de los Ocho (G-8), que incluía Rusia desde 1998, por la intervención de Moscú en Ucrania.

Cuarenta años después de la primera cumbre en el castillo de Rambouillet (Francia), el G-7 ha perdido la mitad de su peso en la economía mundial. Los siete países han pasado de sumar más del 60% del producto interior bruto (PIB) mundial a representar solo el 32,7%. El Grupo de los Veinte (G-20), que incluye también a China, India, Brasil, Rusia y Australia, concentra el 82% del PIB mundial, por lo que supone un foro más adecuado para la coordinación económica.

La cancillera alemana y presidenta de la cumbre, Angela Merkel, reconoció que «el G-7 no puede resolver solo» los desafíos actuales de la agenda de la cumbre: impulsar un crecimiento sostenible y el libre comercio, reforzar la seguridad energética, coordinar la actuación frente a la crisis de Ucrania y a la amenaza del yihadismo, frenar el cambio climático y mejorar la lucha contra las epidemias internacionales.

«Para alcanzar esos objetivos, necesitamos muchos otros socios», admitió Merkel. Pero reafirmó el papel de liderazgo mundial del G-7 y destacó que «el G-7 debe ser la fuerza motriz para un mundo en el que valga la pena vivir», pese a las críticas y recelos que genera este foro.

La cohesión interna del G-7 es menos sólida de lo que aparenta. La primera fisura es económica, con el marcado desacuerdo entre EEUU y la UE sobre cómo consolidar la recuperación. Mientras Washington defiende una política más expansiva, Alemania, con el respaldo británico y de la Comisión Europea, sostiene que la austeridad y los ajustes promoverán la inversión y el crecimiento, pese a que la historia económica demuestra lo contrario. Solo la tardía intervención del Banco Central Europeo (BCE) está apuntalando la recuperación de la eurozona. Washington también discrepa de la gestión europea de la crisis griega y defiende una mayor flexibilidad.

Rusia crea otra fisura. El presidente estadounidense, Barack Obama, desea un compromiso firme europeo de prorrogar otros seis meses las sanciones a Moscú. Pero la UE está dividida sobre el posible impacto negativo de esa prórroga en los acuerdos de Minsk, que permiten mantener congelada la guerra en el este de Ucrania. Las sanciones europeas expiran en julio y la UE preferiría evitar comprometerse de antemano. En la UE también preocupa el despliegue de fuerzas norteamericanas en Ucrania para adiestrar al Ejército, ya que cualquier incidente podría desencadenar una escalada.

El excanciller alemán Helmut Schmidt criticó que no se haya invitado al presidente ruso, Vladimir Putin, a la cumbre, lo que podría haber permitido reducir la tensión. El boicot occidental a la conmemoración, el 9 de mayo en Moscú, del 70º aniversario del final de la segunda guerra mundial fue otra ocasión perdida de tender puentes y una ofensa a la población rusa, dado su papel decisivo en la derrota del nazismo.

GESTOS HACIA PUTIN

Merkel intentó corregir ese efecto con una visita a Moscú al día siguiente, rindiendo homenaje a los soldados rusos caídos y entrevistándose con Putin. Esto forzó al secretario de Estado norteamericano, John Kerry, a reunirse también con Putin en Sochi el 12 de mayo. A pesar de la dureza de las declaraciones oficiales, EEUU y la UE necesitan a Rusia no solo para estabilizar Ucrania, sino también para Irán, Siria, Libia y el terrorismo islámico, entre otros.

Una tercera fisura del G-7 es la política hacia China, respecto a la que la UE mantiene una estrategia más colaboradora que EEUU. Washington considera al gigante asiático como una amenaza a su supremacía y estima que la política de reafirmación de Pekín en el mar del Sur de China es un peligro para el statu quo regional. Obama ya fracasó al intentar impedir que sus aliados europeos se sumaran al Banco Asiático de Inversiones e Infraestructuras (AIIB). Incluso Gran Bretaña, que mantiene una relación especial con EEUU, no dudó en participar en el proyecto para asegurarse una posición preeminente para la City de Londres.